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"Sostenibilidad en un mundo inestable", por Bertrand Badré y Thomas Crampton

Actualizado: hace 7 horas


PARÍS – En tanto el mundo se torna cada vez más inestable y se pone en tela de juicio la seguridad que muchos daban por sentada, el cambio climático, alguna vez considerado el principal desafío de nuestros tiempos, ha sido relegado a un segundo plano por la geopolítica, que ha puesto en primer plano cuestiones como el rearme y la carrera por la supremacía de la IA. Pero la crecida del nivel del mar, las olas de calor prolongadas y las tormentas devastadoras no son solo riesgos, sino realidades. Es evidente que la amenaza planteada por el cambio climático es cada vez mayor, pero muchas empresas e incluso innovadores en materia climática han permanecido en silencio.


El aumento del “silencio ecológico” -cuando las empresas les restan importancia a los objetivos ambientales por motivos financieros o políticos - refleja no solo el cambio de las estrategias de comunicación, sino también las crecientes tensiones entre prioridades contrapuestas. En medio de nuevos conflictos geopolíticos y presiones económicas, algunos consideran que la sostenibilidad se ha convertido en un lujo inasequible. Pero no hay que suponer una contrapartida entre sostenibilidad y seguridad. Al contrario, si consideramos que el cambio climático, los riesgos para la seguridad y las necesidades económicas son prioridades contrapuestas, corremos el riesgo de perder en todos los frentes.


Sin duda, la competencia por los recursos, el territorio y la tecnología parece estar monopolizando los recursos financieros e intelectuales a expensas de los esfuerzos por mitigar el cambio climático y adaptarse a él. Sin embargo, estas cuestiones están profundamente entrelazadas. La pugna por los minerales de tierras raras, la expansión de la infraestructura de datos y la necesidad de una inteligencia artificial eficiente en términos energéticos demuestran que la geopolítica y la política climática forman parte de la misma ecuación.


Ante la escasez de capital y las restricciones a los flujos financieros transfronterizos, muchas empresas y gobiernos se sienten paralizados. Durante décadas, hemos desaprovechado oportunidades para invertir en resiliencia a largo plazo -incluso después de que se conociera plenamente la amenaza del cambio climático-. Pero lamentarse no nos ayudará ahora. Por el contrario, debemos reconocer nuestra miopía y actuar de inmediato para cambiar de rumbo.


La era de los “dividendos de la paz” y de las bajas tasas de interés ha quedado atrás. La tarea ahora es adaptarse a una era de escasez de capital y de fragmentación geopolítica. Ya no podemos preguntarnos si la acción climática es importante, sino cómo puede integrarse en un panorama mundial que cambia aceleradamente. Eso significa abandonar planteamientos anticuados y forjar una estrategia cohesionada que combine seguridad, innovación y sostenibilidad.


En el clima político actual, muchos verán en el silencio ecológico una estrategia razonable. Al igual que la postura de los directivos de las empresas de Estados Unidos de echarse atrás en materia de DEI (diversidad, equidad e inclusión) y otras cuestiones que se han visto consumidas por la guerra cultural, mantener un perfil bajo en cuestiones ambientales puede parecer pragmático. Pero, al crear la ilusión de que la sostenibilidad es menos urgente o factible de lo que realmente es, el silencio ecológico conlleva riesgos significativos.


Para empezar, restarle importancia a la sostenibilidad amenaza con frenar la innovación ecológica justo cuando más se la necesita. El silencio ecológico podría erosionar la confianza de los consumidores y restar impulso a sectores que ya han empezado a construir un futuro neutro en carbono. Con el tiempo, esto resultará mucho más costoso -tanto económica como ambientalmente- que cualquier riesgo asociado a seguir comprometidos con la mitigación y la adaptación.


Peor aún, podría producirse un efecto “lemming” en todas las industrias. Si todo el mundo asume que se está abandonando la sostenibilidad, todo el mundo abandonará la sostenibilidad. La presión de grupo que ha venido impulsando el progreso del sector privado en esta cuestión se desvanecerá.


A pesar de estos obstáculos, aún hay esperanza. El cambio hacia una economía más sostenible ha comenzado, incluso en Estados Unidos. Si bien el ritmo de progreso puede desacelerarse, la dirección de la marcha no tiene por qué cambiar. Al adaptarse a las nuevas realidades, el objetivo final debe ser mantener el rumbo.


La sostenibilidad es un imperativo estratégico. Muchas empresas -grandes y pequeñas, de todos los continentes- ya lo reconocen y han desarrollado modelos de negocio que combinan rentabilidad y responsabilidad ambiental. Su éxito demuestra que adaptarse a esta nueva era no significa abandonar los objetivos a largo plazo. Por el contrario, significa identificar nuevas fuentes de valor, invertir en infraestructura ecoeficiente y alinear las medidas de sostenibilidad con el ahorro de costos y la resiliencia.


Pero la cooperación público-privada también es esencial. Los mercados por sí solos no pueden ofrecer resultados cuando las prioridades cambian constantemente y de manera abrupta (por ejemplo, de la sostenibilidad a la IA o a la defensa). Los gobiernos deben intervenir para ayudar a estabilizar las expectativas, y pueden hacerlo a través de iniciativas público-privadas que vinculen la sostenibilidad con la seguridad nacional. Por ejemplo, las inversiones con apoyo público en energías limpias y cadenas de suministro resilientes pueden reducir la dependencia de los combustibles fósiles, lo que a su vez reforzará la resiliencia económica y restará importancia a la competencia geopolítica.


Aunque lo ideal sería un enfoque coordinado y global, las iniciativas regionales, locales y sectoriales tienen probablemente más probabilidades de éxito en el panorama político fragmentado de hoy. La clave está en alinear los incentivos financieros con los objetivos de sostenibilidad para garantizar que la acción climática no se deje de lado en favor de las ganancias a corto plazo.


El proyecto colectivo en el que todos los países se embarcaron hace diez años -con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el acuerdo climático de París- debe seguir siendo nuestra estrella polar, aunque el pragmatismo exija virar estratégicamente mientras se avanza. No es momento para el cinismo o la desesperación. Si hubiera que culpar a alguien, mejor sería que fuera a quienes explotan cínicamente la situación para obtener beneficios a corto plazo. Cualquier empresa que haga un esfuerzo de buena fe por recalibrar su estrategia merece nuestro apoyo.


Debemos seguir siendo pragmáticos pero decididos. Tuvimos la oportunidad de actuar cuando los tiempos eran más fáciles, pero esa ventana se ha cerrado. El aumento de las temperaturas, los fenómenos meteorológicos extremos y la pérdida de biodiversidad no son amenazas lejanas, ya están aquí y agravan las tensiones geopolíticas. El silencio ecológico puede parecer una respuesta cómoda a los retos actuales, pero no es sostenible. El silencio no nos salvará.


Necesitamos exactamente lo contrario: una acción audaz y unida que integre las prioridades climáticas en nuestras estrategias económicas y geopolíticas. Los líderes empresariales que no hablen ahora más tarde se arrepentirán.


Publicado el 18/3/2025 por Bertrand Badré and Thomas Crampton en Project Syndicate.

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