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Siria es un país lleno de contrastes. La mayoría de su población, el 80%, vive en el oeste, y casi la mitad de sus habitantes tiene menos de 14 años. Antes de la guerra civil, Siria contaba con 22 millones de personas; hoy, la mitad está desplazada. La mayoría son árabes (90%) y sunnitas (75%), pero también hay kurdos y cristianos. Los alawitas son una rama chií del Islam, que sigue al sobrino del Profeta Mahoma y han tenido un papel clave en la política del país.
Durante el siglo XIX, el Imperio Otomano intentó modernizarse bajo presión europea, lo que abrió los mercados sirios a productos europeos, dañando la economía local. Esto generó tensiones y la introducción de ideas modernas como el socialismo y el nacionalismo.
La Primera Guerra Mundial aceleró este proceso. La represión turca, sumada a los impuestos y conscripción, empujaron a los sirios hacia la búsqueda de su independencia. Gran Bretaña, antes protectora del imperio turco y ahora su enemiga, buscó capitalizar esta situación mediante su apoyo a un descendiente directo del Profeta, Sharif Hussein, quien lideraría una rebelión contra los otomanos a cambio de una Siria libre.
Pero Francia quería controlar a Siria, por tener grandes inversiones en el territorio, como ferrocarriles; por ser el principal prestamista del imperio otomano; por razones de prestigio imperial y por preocupaciones religiosas. Como Londres necesitaba a París más que a Hussein, estas potencias negociaron en secreto el acuerdo Sykes-Picot: una Siria francesa al finalizar la guerra y lo que hoy es Irak sería británico.
Hussein tenía una confianza ciega en Londres y la civilización británica. Él y su hijo Faisal lanzaron la revuelta, asistidos por el capitán de inteligencia inglés Thomas E. Lawrence, “Lawrence de Arabia”, quien probablemente los informó sobre Sykes-Picot.
Lawrence y Faisal liberaron gran parte de Siria con bandas de nómades beduinos, intentando adelantarse a los planes franceses en medio del colapso del imperio otomano.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, y con Gran Bretaña retirándose de la región por problemas domésticos, la nueva Liga de las Naciones otorgó a Francia -en 1920- el mandato colonial sobre Siria.
El líder árabe Faisal intentó resistir, pero fue derrotado. Francia estableció, entonces, su dominio colonial, y las tensiones crecieron. Los franceses permitieron que los alawitas se consolidaran en el ejército, mientras las rebeliones campesinas eran reprimidas brutalmente.
La independencia llegó en 1941 (gracias a Gran Bretaña que quería evitar que cayera en manos enemigas) pero las divisiones internas y la mala gestión política generaron una alta inestabilidad en el país.
En 1947, el partido socialista Baath comenzó a ganar apoyo, especialmente entre los alawitas y el ejército. Después de la derrota árabe contra Israel en 1948, los golpes de estado se volvieron comunes.
Durante la Guerra Fría, Siria se convirtió en un escenario de intereses internacionales: la Unión Soviética buscaba aliados opuestos a Occidente, lo que preocupaba a EEUU. Francia quería retener su influencia, y Gran Bretaña buscaba un rival para Egipto. Turquía temía por su flanco sur, mientras que Egipto quería oponer a Damasco contra Irak, e Israel buscaba debilitar a Siria. Egipto y Siria formaron una unión breve en los años 50, pero esta fracasó rápidamente.
En 1963, Baath tomó el poder, aunque las divisiones internas llevaron a un golpe radical en 1966. Siria aumentó su apoyo a los palestinos pero en 1967 fue derrotada por Israel en la Guerra de los Seis Días. Este fracaso provocó cambios internos y, en 1971, Hafiz al-Assad, un Baathista alawita, comandante de la Fuerza Aérea, asumió el poder.
Assad estabilizó la economía en los años 70, aunque las tensiones con Israel y la guerra civil libanesa complicaron su gobierno. En 1979, cuando Egipto normalizó relaciones con Israel, Siria perdió un aliado. El reemplazo vendría ese año con Irán y su revolución islámica.
Esta amistad con Teherán le salió cara al país, que fue aislado en el mundo árabe. Siria atravesó la decada de los 80's en recesión y con la disidencia islamista agravada.
En los 90, con la economía al borde del colapso, Assad debió moderarse, y lo hizo buscando acercarse a Estados Unidos y mejorar sus relaciones regionales, pero las negociaciones de paz con Israel se frustraron por el ascenso de Benjamin Netanyahu al poder en 1996.
Hafiz al-Assad moriría en 2000.
Bashar al-Assad, su hijo, fue elegido como su sucesor para mantener la estabilidad del régimen. Inicialmente moderado, fue convencido de la necesidad de mantener mediante represión y favoritismo los privilegios de las élites que sostenían su propio poder.
Así estalló la larga guerra civil siria, culminada con el reciente colapso del régimen y la huída de los Assad a Rusia.
Siria continúa siendo un reflejo de su compleja historia.