Como en el principio de la palanca de Arquímedes, los microprocesadores se han vuelto el recurso estratégico por excelencia del poder económico y militar moderno. Hoy, tensiones y conflictos geopolíticos han alterado la cadena de suministros montada en las últimas dos décadas y desatado una carrera contrarreloj entre las principales potencias por asegurar su autonomía en la producción de chips.
Los semiconductores, microprocesadores o chips, una industria emblema y floreciente de la última globalización que mueve unos 600 mil millones de dólares al año, ha sumado a su relevancia económica durante las últimas dos décadas un valor de seguridad nacional todavía más determinante entre las grandes potencias.
Los sucesivos movimientos tectónicos en la escena geopolítica post pandemia que siguieron a la invasión de Rusia a Ucrania, e involucran a Estados Unidos, la Unión Europea y China como grandes jugadores, dejaron al desnudo los riesgos de una interdependencia tecnológica, económica y de seguridad que, desde el final de la Guerra Fría, casi todas las capitales alentaban.
La guerra en Europa, más las recientes tensiones en torno de la isla de Taiwán, sede de la principal usina global de semiconductores (92% de la producción), aceleraron la carrera de las grandes potencias y bloques por asegurarse autonomía y abastecimiento de chips en el menor tiempo posible.
Estos diminutos, casi invisibles complejos circuitos electrónicos hechos de materiales semiconductores, son responsables del funcionamiento de vehículos, satélites y, sobre todo, de los dispositivos electrónicos que mueven nuestras comunicaciones cotidianas y la economía entera de nuestros países, ricos o emergentes, desarrollados o en desarrollo, e incluso de los más pobres. También son el cerebro de las máquinas de defensa estatales más sofisticadas, desde los aviones caza hasta sistemas antimisiles.
Según la Asociación de la Industria de Semiconductores estadounidense (SIA, por sus siglas en inglés), las ventas mensuales en abril de este año alcanzaron los U$S 50.900 millones (+21,1% frente a 2021), gracias a “una demanda constantemente alta y creciente de semiconductores en una variedad de sectores críticos”.
El mayor crecimiento se está dando en todo el continente americano (40,9% interanual), seguido de Europa (+19,2%), Japón (+18,5%), Asia Pacífico/Resto de Países (+18,1%) y China (+13,3%).
El salto de Estados Unidos
En agosto, después de un proceso legislativo en el que los demócratas incorporaron a una parte de las bancadas opositoras republicanas, el presidente Joe Biden firmó una ley que destina U$S 280.000 millones de dólares a impulsar a corto plazo la industria nacional de fabricación de chips y, a largo plazo, la investigación científica que permita un mayor desarrollo del sector en el futuro.
"Hoy en día se está produciendo un cambio fundamental: política, económica y tecnológicamente", dijo Biden al promulgar la Ley de CHIPS y Ciencia. "Es un cambio que puede reforzar nuestra sensación de control y seguridad, de dignidad y orgullo por nuestras vidas y nuestra nación, o un cambio que nos debilita", resumió.
La CHIPS and Science Act asegura U$S 52.700 millones para financiar la producción de semiconductores y otros 200.000 millones para la investigación científica, incluida una dirección de tecnología en la Fundación Nacional de la Ciencia destinada a traducir la investigación básica en productos comerciales.
En los mismos días en que se promulgaba la ley, la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, hizo una controvertida visita a la isla de Taiwán, allí donde donde la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) fabrica uno de cada nueve procesadores que se usan en el mundo, y que vende por igual a Estados Unidos y a China.
Tras la visita, China desplegó frente a sus costas un gran contingente aeronaval que realizó ejercicios de bloqueo de la isla, un ensayo fácil de asociar con la hipotética paralización de la economía y del comercio de Taiwán, que incluiría una interrupción del suministro de procesadores al resto del mundo.
La preocupación estadounidense con la dependencia de procesadores taiwaneses comenzó a expresarse bajo la administración de Donald J. Trump (2017-2021), quien consiguió que la TSMC construyera en Arizona una planta capaz de producir en masa microprocesadores cada vez más pequeños y potentes.
Pero avanzar en el desarrollo y la producción masiva de nuevas generaciones de circuitos semiconductores en plantas especializadas o “fabs”- además de miles de millones de dólares de inversión- involucra por un lado tiempo, medido en años y hasta décadas, y recursos humanos que el planeta recién está formando.
En términos políticos, la fabricación a gran escala de microprocesadores pone en evidencia que sólo las arcas de los Estados están en condiciones de financiar semejantes proyectos de inversión. Y Estados Unidos, emblema del capitalismo privado, no es una excepción. Así, el gigante Intel recibirá parte del incentivo para la fab que construye en Ohio, y las que planea en Arizona y Nuevo México, a un costo de entre U$S 10.000 millones y U$S 30.000 millones.
Rob Beard, alto directivo de Micron, otra gran tecnológica estadounidense, le puso cifras a la situación: sin el nuevo paquete de ayuda estatal, construir plantas de microchips en Estados Unidos resulta entre un 30% y un 50% más caro, porque otros países cuentan con ayuda pública para hacerlo.
En cuanto a los recursos humanos, si la industria estadounidense de semiconductores se expande como se espera con la aprobación de la nueva ley, necesitará a corto plazo unos 13.000 nuevos ingenieros y desarrolladores de software, y unos 3.500 puestos podrían quedar sin cubrir, según el CSET.
A largo plazo, la iniciativa de la Administración Biden para cubrir la demanda local de chips con fabs estadounidenses y no importadas permitirá “crear cientos de miles de buenos empleos y consolidar nuestra seguridad nacional”, dijo la secretaria de Comercio, Gina Raimondo.
China, la competencia
Simultáneamente, el principal fabricante de procesadores de China (SMIC), con apoyo del Estado, anunció también un primer paso hacia la futura autonomía china en el rubro de los chips: la producción de unos circuitos tan avanzados como los hechos en Taiwán, con circuitos de 7 nanómetros de ancho, cuatro veces más pequeños de los que China hacía hasta 2020.
La iniciativa forma parte del plan Made in China 2025, concebido en 2015, cuando el clima geopolítico era mucho más distendido. Hoy día, es la punta de lanza del “desacoplamiento” de las grandes economías en tiempos de des-globalización. “Ninguna restricción o supresión frenará" el progreso chino, promete ahora Beijing.
El sistema educativo chino producirá hasta 2025 unos 77 mil graduados con doctorados en ciencias, matemáticas, ingeniería y tecnologías en general, contra los 23 mil estadounidenses (y 17 mil extranjeros en universidades norteamericanas), según el CSIS.
El sector de los semiconductores duplicará su tamaño a nivel global hasta alcanzar más de un billón de dólares en 2030, y a China le corresponderá el 60% de ese crecimiento, según la SIA. China consume alrededor del 40% de todos los chips fabricados en el mundo y sólo autoabastece el 12% de su demanda (pero ya tiene 350 mil empresas relacionadas con el sector y 822.000 patentes registradas).
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“El gobierno chino está trabajando a velocidad comercial”, comentó Eric Schmidt, director de la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial creada por Estados Unidos para recuperar terreno en la carrera de los semiconductores. La tecnología que inició la actual revolución nació, paradójicamente, en Silicon Valley, California, pero la terminó de desarrollar el capital privado fuera del país. Antes, también Japón parecía tomar la delantera hasta los 90, pero declinó notablemente.
Tras la conmoción que provocó el frenazo económico inducido de la pandemia en la cadena global de suministros, asegurar el abastecimiento de manera fiable se ha vuelto una prioridad mayor que la simple reducción de costos que imperaba antes.
El mundo está pasando de un paradigma del “just in time”, en que los tiempos de la producción deslocalizada y la comercialización eran lo más importante, a un “just in case” en el que prime la seguridad del abastecimiento (en este caso, chips).
La invasión de Rusia a Ucrania encendió nuevas alarmas porque el país agredido, además de granos y fertilizantes para Asia y África, concentra la mitad de la producción global de un gas noble clave en la fabricación de chips, el neón, que se usa para crear los láseres que graban los patrones de los procesadores.
Hoy, en términos militares, y como lo expuso el New York Times al evocar viejas épocas de la Guerra Fría, “lo que los contratistas de defensa necesitan son los chips comerciales más avanzados, no sólo para los cazas F-35, sino para los sistemas de inteligencia artificial que un día pueden cambiar la naturaleza del campo de batalla”.
El papel de Europa
La Unión Europea (UE) comenzó a debatir su propia Ley Chip en febrero de este año, cuando la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, elevó al Parlamento Europeo un paquete de leyes que contemplan movilizar unos 43 mil millones de euros de inversión pública (41 mil millones) y privados (2 mil milones) para impulsar la producción de semiconductores en el bloque.
Bruselas se impuso la meta de asegurarse en 2030 el 20% del mercado global de semiconductores, más del doble que en la actualidad (9%). "Como la demanda global se duplicará en ese período, esto significa cuadruplicar" la producción de semiconductores en el territorio europeo", explicó Von der Leyen.
Von der Leyen reivindicó la necesidad de "mantener los mercados abiertos y... conectados", pero aseguró que Europa debe "crear asociaciones sobre los chips con socios afines", como Estados Unidos y Japón.
Los sueños de India
India, a su vez, forma parte del lote de pocos países que fabrican microprocesadores, muy lejos de las capacidades de Taiwán, incluso de la segunda potencia menor del rubro, Corea del Sur, pero junto con Alemania y China.
En Bangalore y Mohali, la industria tecnológica india comenzó a constituir un polo de desarrollo en los 80, pero la estatal Semiconductor Complex Ltd (SCL), se incendió en 1989, y el país terminó volcándose hacia el diseño de semiconductores más que la fabricación, al punto que importa el 100% de los chips que demanda.
Recién a finales de 2021, el Ministerio de Electrónica y Tecnología de la Información lanzó la "Misión de Semiconductores de la India", con el objetivo de convertir al país "en centro mundial de fabricación y diseño de productos electrónicos", con un presupuesto de 10 mil millones de dólares. En abril, Narendra Modi fue el primer gobernante indio en inaugurar la conferencia "Semicon India 2022".
Hace tres meses, el Consorcio Internacional de Semiconductores (ISMC), formado por la empresa de inversión de Abu Dhabi Next Orbit Ventures y la israelí Tower Semiconductor, anunció una planta de fabricación de chips de 3.000 millones de dólares en Karnataka. Enseguida, la taiwanesa Foxconn comenzó a discutir otro emprendimiento similar con el grupo local Vidanta.
Una de las principales ventajas comparativas de India es la masa crítica de científicos, muchos de ellos dispersados por todo el mundo, en especial en Occidente. De hecho, el país diseña más de 2 mil chips al año. "La India tiene ingenieros brillantes. Hay que aprovechar este talento técnico para crear productos de primera clase", dijo Santhosh Kumar, presidente de la multinacional TI India.
Publicado el 22/08/2022.