En los últimos treinta años, el mundo se acostumbró a una economía global que funcionaba a una velocidad y eficiencia nunca antes conocidas gracias a complejas cadenas globales de valor (CGV). En 2020, la pandemia del COVID-19 y la incertidumbre del sistema internacional parecen auspiciar la (re)construcción de las cadenas a escala regional, pero la capacidad de lograrlo en el mediano plazo difiere según qué región se examine.
TODO EL MUNDO, A LA VUELTA DE LA ESQUINA
Las cadenas de valor adquirieron una importancia considerable en las últimas décadas. Desde mediados del decenio de 1990, se han internacionalizado cada vez más, expandiéndose para alcanzar todo el planeta hasta convertirse en una característica de la economía del siglo XXI.
¿De qué se trata este fenómeno? Las cadenas globales de valor (CGV) consisten la fragmentación del proceso de producción en diferentes etapas, cada una de las cuales tiene lugar en un país diferente. En cada etapa (eslabón) del proceso, un producto inacabado sufre una transformación dada con la que gana valor agregado. Si seguimos la cadena, atravesaremos varias fronteras nacionales hasta que el producto final esté completo.
La extensión y complejidad de las CGV es palpable en el creciente grado de penetración de los insumos extranjeros en la actividad productiva y de exportación de la mayoría de las economías nacionales. Esto se convirtió rápidamente en una realidad naturalizada: si entre los siglos XVIII y XIX se fueron integrando los espacios económicos hasta formar mercados nacionales, en los últimos 50 años distintos circuitos nacionales se han integrado a redes globales.
De este modo, lo que se consume en una localidad no depende de lo que ella misma produzca, ni tampoco de la economía nacional a la que pertenece. Este dato de nuestra realidad no tiene punto de comparación histórico por su densidad y cotidianeidad: los bienes, los servicios y la información de cualquier punto de son producto de complejas redes que atraviesan varias fronteras.
La internacionalización de las cadenas de valor fue de la mano con la globalización. El aumento del volumen del comercio y la reducción de las barreras comerciales, la rápida expansión del progreso tecnológico (sobre todo en logística y comunicaciones) y la liberalización de la inversión hicieron que las economías actuales estén integradas e interconectadas a niveles inusitados. Esta dinámica fue protagonizada por las multinacionales, que homogeneizaron las lógicas de producción en todo el mundo para luego estructurar las diferentes etapas de las CGV.
Sin embargo, en su constitución las CGV no estuvieron exentas de claroscuros. Para los países de que pasaron a ocupar los eslabones más altos de la cadena, la deslocalización de las industrias implicó la destrucción de millones de puestos de trabajo, de longevos circuitos productivos y de cientos comunidades y ciudades que en torno a ellos se habían organizado. En cambio, los países que ocuparían los segmentos más bajos de las CGV, formarían parte del comercio internacional a costa de sostener la precarización laboral y bajos estándares ambientales.
Como consecuencia, las matrices productivas de los países cambiaron, pues aumentaron su grado de especialización no solo en rubros, sino ya tareas específicas. Los bajos costos y la alta velocidad del comercio hicieron posible fragmentar más y más las etapas de producción, incluso los bienes menos sofisticados, de manera tal que las ganancias aumentaran a pesar de continuar añadiendo eslabones. En los primeros años del nuevo milenio, la mayor parte de las economías del mundo duplicaron, en promedio, la proporción de componentes (o valores) importados dentro de cada cosa que exportaban (tasa conocida como backward participation).
En general, las empresas que forman parte de las CGV tienden a gozar de mayor capacidad de innovación y productividad. En este sentido, varios estudios han llegado a la conclusión de que la participación en las cadenas de valor puede ser beneficiosa para fomentar el crecimiento y la internacionalización de las empresas, independientemente de su escala y tamaño.
Tradicionalmente, las CGV han sido impulsadas predominantemente por grandes empresas multinacionales que, en su esfuerzo por maximizar la eficiencia mediante la especialización de su producción y la coordinación transfronteriza, han ido desmantelando (desagregando) etapas del proceso. Las PYMES también se han visto beneficiadas, en tanto las barreras a la exportación menguaron y los costos de importación también disminuyeron. Pero esta plasticidad no se da en todos los casos: muchas PYMES, incluso en las regiones más productivas y tecnificadas del mundo, tienen dificultades para sobrevivir en el enredo de las CGV mientras escalan para asegurarse eslabones.
Con todo, la evidencia estadística muestra que el proceso fue verdaderamente mundial e imparable: ni las diferentes crisis económicas regionales ni la Gran Recesión de 2008 frenaron la tendencia a la globalización de las cadenas de valor. Diez años después de la última crisis financiera mundial, los organismos internacionales y los grupos de inversión abrazaban la idea de una gran “fábrica mundial” (Factory World), cada vez más intrincada y eficaz.
CADENAS GLOBALES, CADENAS REGIONALES
Para comienzos de 2020, la mayoría de los procesos productivos en todo el mundo estaban verticalmente fragmentados como resultado de la creciente desagregación de tareas y funciones y su abastecimiento desde diferentes lugares geográficos. Sin embargo, para muchas de las CGV la mayoría de los eslabones encuentran en una misma región.
Según los trabajos académicos y las propias tendencias registradas por la Organización Mundial del Comercio (OMC), la mayor parte del comercio de la cadena de suministro se lleva a cabo dentro de tres aglomeraciones (clusters) regionales: la "Fábrica Asia" (las grandes economías del Asia Pacífico), la "Fábrica Europa" (la Unión Europea y el Reino Unido) y la "Fábrica América del Norte" (los tres gigantes del T-MEC).
Acercando la lupa, en cada “fábrica regional” existen claros centros que dirigen las redes de suministro y comercio de la zona. En las tres aglomeraciones antes mencionadas son China, Alemania y Estados Unidos quienes nuclean las cadenas regionales de valor (CRV).
Esta tendencia de los últimos años a la regionalización de las CGV se explica por dos grandes motivos. En primer lugar, construir CRV es más sencillo y práctico por existir marcos de regulación común que garantizan inmediatez y flexibilidad para cada eslabón. En segundo lugar, desde por lo menos 2017 varias multinacionales, desde automotrices hasta fintechs, han buscado reducir las vulnerabilidades de las CGV regionalizando varios eslabones.
En el medio de esta dinámica irrumpió la pandemia del coronavirus. La desaceleración y luego el freno casi total de la producción en todos los continentes resquebrajaron en pocas semanas la mayoría de las CGV, ya resentidas por el cambio climático, el resurgir del proteccionismo y la parálisis del multilateralismo comercial. Tan temprano como en abril la OMC estimó una reducción del comercio global de bienes en un tercio.
Igual que el COVID-19, la amenaza impacta de manera diferenciada en cada caso. Las zonas que tengan mayores niveles de comercio intrarregional y CRV más robustas podrán resistir mejor a la disminución del nivel de actividad mundial y la interrupción de los suministros por fallas en eslabones ubicados del otro lado del globo, más allá de cualquier paquete de estímulo fiscal y financiero que procure sostener y reavivar a una alicaída economía.
¿FACTORY LATIN AMERICA?
Sin embargo, los espacios más dependientes de las CGV comprobarán los perniciosos efectos de la dependencia. El Este de África, el Medio Oriente y América Latina reciben al shock económico de peor manera que las tres “fábricas” regionales.
Para los latinoamericanos, la pandemia puso nuevamente de manifiesto la falta de regionalización. La histórica dependencia, la falta de complementariedad entre las economías de la región y la reprimarización reciente hicieron que los niveles de comercio intrarregional se mantuvieran por debajo del 20%, mientras que para las tres “fábricas” de Asia, Europa y América del Norte los niveles son superiores oscilan entre el 50 y el 60%, y hasta África aumentó en un 50% en los últimos veinte años.
Asimismo, la tasa de backward participation en América Latina es del 18%, mientras que para la Unión Europea es el 40%. Si para la UE el marco común fue esencial para la construcción de CRV, en nuestra región tenemos una red fragmentada de acuerdos comerciales preferenciales y varios acuerdos bilaterales y multilaterales intrarregionales solapados, pero no un único acuerdo regional. La falta de sincronización de las preferencias y normas impide un mayor comercio intrarregional y la formación de CRV.
Según la CEPAL, en el fracaso del comercio intrarregional las barreras arancelarias en América Latina no son tanto el problema como sí las medidas comerciales no arancelarias y las barreras administrativas. Esta falencia es resuelta en parte por los organismos subregionales como el MERCOSUR, Comunidad Andina, Sistema de la Integración Centroamericana (SICA).
Con todo, en general pensar en CRV para América Latina es todo un desafío. Sin embargo, las economías pequeñas y medianas de la región tienen actualmente mayores niveles de integración intrarregional que las grandes (sobre todo Brasil y México). A su turno, la integración de los grandes en las CGV constituye una debilidad, no una fortaleza, pues implica altos niveles de importación desde otras regiones como Asia Pacífico y Estados Unidos.
En conclusión, el comercio mundial tiende hacia las CRV; existe una urgencia de recuperación económica post COVID-19; y los Estados latinoamericanos sostienen la necesidad de construir un desarrollo sostenible. Por lo tanto, tres realidades tienen que cambiar para tener una Factory Latin America: la región forma parte de pocos eslabones de las CGV, cuando lo hace es con poco valor agregado y todavía persisten niveles muy bajos de CRV.