Durante el último medio siglo, los científicos alertaron sobre el calentamiento global. Nacieron entonces los tratados sobre cambio climático y los Estados comenzaron a tomar acciones para mitigarlo. Ahora, es el capital privado que motoriza una Revolución Climática para salvar la salud del planeta. Pero ese salto tecnológico puede reeditar desigualdades que dejen atrás a los países menos avanzados.
La tecnología climática (climate-tech) desarrollada en los últimos años para reducir las emisiones de carbono en el planeta se está erigiendo rápidamente en la llave maestra de una respuesta contrarreloj pero efectiva que permita cumplir la meta del Acuerdo de París (2015) de mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5°C respecto de la era preindustrial (hoy es +1,1°C).
Esa Revolución Climática en el terreno tecnológico tiene dos grandes características. La primera es que necesita -y está consiguiendo en los países más ricos- millonarias y sostenidas inversiones de riesgo aplicadas a sectores que van desde la energía hasta el transporte, pasando por los procesos industriales.
La segunda es que los efectos de esa revolución no son neutrales y tienen consecuencias geopolíticas. No sólo habrá potencias líderes -como ya ocurre en la cibernética y la inteligencia artificial- sino que pueden tentarse con volver a “patear la escalera” al resto de los países, esta vez la de la economía del petróleo por donde ascendieron todo el Siglo XX (ya lo hicieron con el libre comercio).
Pese a la pandemia, que pausó algunas inversiones, la Revolución Climática adquiere inexorablemente mayor velocidad, incentivada por ambiciosas iniciativas públicas de “Pactos Verdes” (Green Deals) como los de Estados Unidos -relanzado ahora por la Administración Biden- y de la Unión Europea (UE).
Con la carrera lanzada, los sectores público y privado de los países en desarrollo tendrán que darse una estrategia para incorporarse adecuadamente y a tiempo a esta transformación. Sus líderes deberán plantear una justa distribución de cargas y responsabilidades en el progresivo desmantelamiento de una economía del carbono de la cual todavía dependen muchos de sus propios habitantes.
En marzo de 2021, se midió un récord de 417,64 partículas por millón (ppm) de concentración de CO2 atmosférico en el Observatorio Mauna Loa (Hawaii), contra 414,74 ppm de 2020. Desde la era preindustrial, las concentraciones de CO2, CH4 y N2O aumentaron en más del 30%, 145% y 15%, respectivamente, por la quema de carbón, petróleo, gas y la tala de bosques. Los océanos y la vegetación absorben la mitad de las emisiones; la otra mitad permanece en el aire durante 100 años o más.
Clima de inversión
Una de las notas más ilustrativas de esta Revolución Climática es la declinación de Silicon Valley (EEUU), meca global de la renovación tecnológica por años. Hoy, se advierte un desplazamiento del interés de los inversionistas: dejan la sobreexplotada industria de las apps de Internet para volcarse a la tecnología climática, a proyectos que requieren recursos humanos con capacitación científica que el polo californiano de programadores de software no puede ofrecer.
Otro indicador manifiesto, menos sofisticado, es la lista de millonarios que está engrosando el negocio de la tecnología climática: genera fortunas desde Occidente -Elon Musk, de los autos eléctricos Tesla o Aloys Wobben, de turbinas eólicas- a Oriente, principalmente en China, con la producción de baterías, paneles y películas solares y vehículos eléctricos.
Un informe de la consultora PwC publicado en 2020 estimó que la inversión en tecnología climática pasó de USD 418 millones anuales en 2013 a USD 16.300 millones en 2019. Este ritmo de crecimiento fue cinco veces más veloz que el del propio mercado de inversiones de riesgo en general para esos siete años.
¿Cuáles son los campos de inversión de la climate tech? Mitigar con urgencia las emisiones de carbono (hermana de la tecnología limpia en general) involucra desde los sistemas de calefacción/refrigeración a la agricultura pasando por el transporte, la producción industrial de bienes, alimentos y la construcción.
Por cierto, como ocurrió en la II Revolución Industrial, o desde el nacimiento de la economía digital, en gran parte de los casos se trata de capital de inversión de riesgo (venture investments) dispuesto a una dinámica ensayo/error costosa.
Aún así, el movimiento de inversión desatado en soluciones para reducir los Gases de Efecto Invernadero (GEI) es de una magnitud acorde con el el desafío que plantea cumplir la meta que se impusieron más de 70 países: lograr un nivel de emisiones netas cero (neutralidad de carbono) antes de 2050.
En 2020, la inversión mundial en energías renovables, vehículos eléctricos y otras tecnologías de "inversión en transición energética" superó los USD 500 mil millones, según la consultora BloombergNEF. Otro estudio publicado hace varios años por el Banco Mundial estimó que las oportunidades para pymes de tecnología climática superaban los USD 1,6 billones (trillions).
Ya se conocen inversiones millonarias en proyectos tan disímiles como producción de proteínas alternativas, automatización de procesos de reciclaje, fabricación de motores de combustibles renovables, producción de fibra de carbono para coches y aviones ligeros, y refrigeración natural, revestimientos a base de plantas y sistemas cero emisiones para tostar café. La lista se completa con proyectos de secuestro (reforestación) y almacenamiento en reservorios de carbono.
La movilidad y el transporte son los sectores dominantes de inversión de la Revolución Climática, seguidos de la alimentación, la agricultura y el uso del suelo, y el sector energético. Los acuerdos a gran escala -de más de USD 100 millones- representan casi dos tercios de lo invertido en tecnología climática.
La Administración Biden, a través de su enviado especial sobre cambio climático, John Kerry, evalúa que hace falta mucho más que eso para frenar a tiempo un calentamiento global del que el propio Estados Unidos es un responsable mayor por sus emisiones de carbono (junto con China). Sería necesaria "la mayor transformación económica desde la revolución industrial", en palabras de Kerry.
La Corporación Financiera Internacional, parte del Banco Mundial, le puso cifras a ese mercado potencial de “inversiones climáticamente inteligentes”: USD 23 billones para productos que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero.
El mismo informe de PwC citado más arriba concluyó que ya ha surgido la primera clase de unicornios (startups tecnológicas valuadas en más de USD 1.000 millones) de la tecnología climática: “Las empresas disruptivas que aportan beneficios críticos en materia de sostenibilidad también pueden convertirse en marcas multimillonarias”.
Geopolítica
Ahora bien, ¿cómo cuadra esta Revolución Climática con nuestro mundo en desarrollo, cuyos ingresos dependen aún de la exportación de commodities, como el petróleo, que han sostenido el modelo de producción global ahora cuestionado? La primera respuesta es que hay riesgos pero también, oportunidades.
Tomemos un caso cercano. El litio, insumo clave de las baterías recargables para vehículos eléctricos y el almacenamiento de energías renovables, abunda en Sudamérica. Argentina, Bolivia y Chile conforman el "Triángulo del Litio". Recientemente, el BMW Group contrató la compra de 300 millones de dólares de litio argentino para producir baterías. El país, cuarto productor mundial de litio, exporta 40.000 toneladas de litio que podríamos aumentar en un 300%.
En ese contexto, es imprescindible mantener presente que esta transformación tiene un correlato geopolítico, como en las anteriores revoluciones industriales: habrá intereses en juego y conflictos.
Los países desarrollados ya cuentan las pérdidas anuales por catástrofes naturales en miles de millones de dólares. Y como el cambio climático es un asunto global, todo plan nacional en esa dirección se convertirá en parte de una política exterior.
La transformación hacia el nuevo modelo global demanda voluntad política para asegurar la inclusión de países y regiones. De poco servirá volver sostenible una región a costa de mover las emisiones de carbono a otra. Es tan importante alarmar sobre una catástrofe global como planificar un futuro sostenible y, en eso, jugarán un rol el sistema multilateral y foros más recientes como el G20.
Hoy, el mapa de la la inversión en startups de tecnología climática muestra que en la zona de la bahía de San Francisco (11.700 millones de dólares) es 56% superior a la de su primer competidora, Shanghai (7.500 millones). Luego, aparecen Berlín, Londres, Labege (Francia) y Bengaluru (India) entre las ciudades receptoras, en los sectores de la energía, la agricultura y la alimentación y el uso del suelo.
Europa, en plena conversión energética, dejará de representar el actual 20% de las importaciones mundiales de crudo. A cambio, la UE dependerá de importaciones de insumos (hidrógeno verde) y bienes para sus tecnologías limpias. Esa combinación tendrá impactos en países emergentes, negativos y positivos. Luego, los europeos deberán cuidar que su reconversión encarezca sus productos y no les quite competitividad frente a la economía de carbono de sus competidores.
Según PwC, casi la mitad del capital global de riesgo (USD 60.000 millones) destinado en 2013-19 a empresas emergentes (startups) de tecnología climática fueron hacia Estados Unidos y Canadá (29.000 millones); y China le siguió con 20.000 millones. El mercado europeo atrajo menos, unos USD 7.000 millones.
En su reciente plan de recuperación económica, la Administración Biden trazó su mapa de ruta político de la economía verde: “Esta financiación ofrece las grandes inversiones que necesitamos para hacer frente a la crisis climática, aumenta nuestra competitividad económica, garantiza que las comunidades olvidadas se beneficien de la revolución de la energía limpia y crean millones de puestos de trabajo bien remunerados y sindicalizados en toda América".
¿Y China? Para empezar, mientras esta gran potencia emergente -y corresponsable mayor de las emisiones de carbono- se incorpora a la corriente de inversiones, ya domina el mercado de los minerales de tierras raras, imprescindibles no solo para la industria tecnológica tradicional, sino en turbinas eólicas, motores de vehículos eléctricos y aplicaciones en otros campos de la tecnología limpia.
Respuestas colectivas
El Banco Mundial (BM) anunció recientemente un nuevo Plan de Acción sobre el Cambio Climático, destinado a ayudar a los países en desarrollo a lograr reducciones cuantificables de las emisiones de GEI y a movilizar recursos a gran escala para lograrlo. La entidad ya otorgó USD 83.000 millones en financiación para el clima en los últimos cinco años (sólo USD 21.400 millones en 2020).
"Nuestras respuestas colectivas al cambio climático, la pobreza y la desigualdad son opciones que definen nuestra época", según el BM. Mientras algunas potencias pueden protagonizar la Revolución Climática a través de la tecnología, con acceso a capitales de riesgo en ebullición, el resto necesita maximizar el impacto de la escasa financiación multilateral disponible.
Los países en desarrollo necesitan primero ajustar sus mediciones y diagnósticos, para encarar acciones efectivas. Luego, como impulsa el BM, transformar sus sistema de energía, alimentarios, de transporte y de producción de manufacturas recurriendo a la inteligencia artificial o las redes 5G, la robótica o la big data.
Frente al calentamiento global, la Revolución Climática tiene todas las chances de prosperar si este ambicioso proceso de innovación que definirá el Siglo XXI es inclusivo a nivel planetario. Es decir, si los países menos avanzados pueden acceder a las tecnologías para acompañar ese cambio, ya sea financiados por instancias multilaterales o bien con la ayuda directa de los desarrollados para descarbonizar y diversificar sus economías. Ahí también se jugará la geopolítica.
Entretanto, la contracara humana se resume en las crecientes migraciones climáticas, que amenazan con desplazar en las próximas décadas a millones de personas sin viviendas ni medios de sustento por el cambio climático.
Está claro que la tecnología puede darnos herramientas para salvar vidas y bienes, pero las respuestas seguirán en manos de la política, que seguirá definiendo la suerte de cada país y de todo el planeta
Publicado el 21/04/2021.