La organización que se dio el mundo para reglar el comercio global hace un cuarto de siglo, paralizada por la falta de consensos desde 2019, debe resolver ahora su nuevo liderazgo en medio del torbellino que revuelve todo el sistema multilateral y cuando la economía mundial atraviesa su peor crisis de la historia moderna.
La Organización Mundial de Comercio (@WTO, 1995) adelantó varios meses su proceso de recambio de autoridades, en un intento por superar la falta de mínimos consensos que paraliza su funcionamiento desde finales de 2019 y evidencia una crisis más profunda de legitimidad.
El brasileño Roberto Azevedo renunció anticipadamente como director general de la OMC y hay ocho candidatos a reemplazarlo: Jesús Seade Kuri (México), Ngozi Okonjo-Iweala (Nigeria), Abdel-Hamid Mamdouh (Egipto), Tudor Ulianovschi (Moldova), Yoo Myung-hee (Corea del Sur), Amina C. Mohamed (Kenia), Mohammad Maziad Al-Tuwaijri (Arabia Saudita) y Liam Fox (Reino Unido).
La organización debe elegir su nuevo liderazgo en un contexto de lo más adverso: bajo la pandemia del COVID-19 que hundió al mundo en la peor recesión mundial de los registros modernos, frenó bruscamente el comercio internacional y puso en entredicho la creciente globalización de las últimas décadas.
Sin embargo, ambas crisis -la interna y la general, ambas de muy incierta resolución- dejan la puerta abierta a cambios que permitan recuperar un comercio fluido, bajo reglas consensuadas y respetadas, en las que la OMC juegue un rol constructivo, con participación equitativa de economías desarrolladas y emergentes.
En particular, América Latina necesita fortalecer a la OMC como una instancia de mínimas garantías para comerciar con el resto del mundo, sobre todo ahora que las distintas fuerzas mundiales -estatales y privadas- pugnan por ganar espacio en un futuro nuevo orden global con múltiples actores pero aún sin forma definida.
El pasado reciente
La OMC nació en 1995, al cabo de varios años de negociación de la Ronda de Uruguay (1986-94) del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) y con la tarea de negociar las reglas y aranceles entre todos los países, sin distinción. La nueva instancia sumaba su competencia en servicios, patentes y agricultura, pero la forma de producir y comerciar ya se transformaba radicalmente, más allá de los límites impuestos por las reglas tradicionales de la OMC.
Aún así y pese a sucesivas crisis internacionales, el comercio global creció desde entonces 170% y la OMC reunió a 164 miembros (China se sumó en 2001) que representan el 98% de los intercambios. En el medio, tuvo éxitos y fracasos, pero logró fallar en 350 de los 500 conflictos que se le plantearon en un mundo que daba vida a lo que hoy conocemos como Cadenas Globales de Valor (CGV).
El principio fundamental parecía garantizado: fijar por consenso un conjunto de reglas válidas para todos los países, sin discriminación, a través de una institución, la OMC, capaz de hacerlas cumplir más allá de la voluntad unilateral de cada país.
Sin embargo, los acuerdos en la OMC demandan unanimidad y facilitan el veto, lo cual terminó haciendo fracasar desde la Ronda del Milenio de 1999 en Seattle, hasta las últimas cumbres, que apenas si escenificaron treguas en la guerra comercial entre Estados Unidos y China (sólo superada parcialmente con la Fase 1 firmada en enero y de incierto cumplimiento por la actual crisis).
Entre los pocos éxitos, se cuentan el Acuerdo sobre Facilitación de Comercio (2013) y la actualización del Acuerdo sobre Tecnología de la Información (2014).
Una disputa central en la OMC ha sido la reducción de subsidios agrícolas que otorgan los países más ricos para neutralizar las importaciones de las materias primas de naciones en desarrollo sin dejar de exportar sus manufacturas al resto del mundo. Hoy, las guerras comerciales se entrelazan con una disputa de fondo de mayor proyección y relevancia geopolítica: la hegemonía tecnológica, fuera de los alcances de acción de la OMC pero a su vez de impacto neto en el comercio.
En simultáneo, se multiplicaron los pactos regionales y tratados como el Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), el Acuerdo en Comercio de Servicios (TISA), el Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (CPTPP) y el de la UE con el MERCOSUR (firmado y por ratificar). El reciente acuerdo de Estados Unidos, Canadá y México (TMEC, 2020) se inscribe en ese proceso.
Un presente complicado
Fuente: OMC, 2020.
La sensible transición institucional de la OMC se desarrolla con un telón de fondo de crisis sin precedentes en la historia reciente y, por si fuera poco, al cabo de dos años consecutivos de retroceso en el intercambio comercial global.
Según los distintos escenarios de crisis contemplados por la propia OMC, el valor de las importaciones y exportaciones puede caer entre 13% y 32% en este 2020 de pandemia: es decir, para el peor pronóstico, tres veces la caída de 2008. Sólo que en este caso se trata de un frenazo inducido por razones extraeconómicas.
América del Norte venderá al mundo 17,1% menos, América del Sur y Central 12,9% y Europa otro 12%, según la OMC, que estima una caída general del comercio de 18,5% en 2020. En consonancia, según el pronóstico más reciente del Fondo Monetario Internacional (@FMInoticias), el PIB global bajará 4,9% este año, aunque repuntará 5,4% en 2021 de quedar atrás la pandemia.
Durante la pandemia, hasta 80 países impusieron incluso controles a las exportaciones de insumos médicos y productos alimenticios.
Según los análisis de la OMC, pueden pasar dos cosas: o el comercio se diversifica y toma nuevas rutas para aliviar las consecuencias de la pandemia, o se cierran los mercados -al menos los más lejanos- y se buscan mercados internos o próximos, esto último factible para muy pocos países por características y volumen.
De hecho, ya en 2018 se reportaron 45 nuevas barreras y 425 medidas restrictivas. China tiene el mayor número de barreras para empresas europeas (37), seguido de Rusia (34), India e Indonesia (25, ambas) y EE.UU. (23), según el informe anual de 2019 de la Comisión Europea sobre barreras comerciales y de inversión.
La influencia de un director general de la OMC no depende tanto de sus competencias formales como del apoyo que reciba de las grandes potencias, hoy día tanto Estados Unidos, como la Unión Europea y China. De ese juego de intereses dependerá la elección del sucesor de Azevedo. Su éxito será determinado por su capacidad para reactivar el tribunal de apelaciones en caso de controversias.
En última instancia, la OMC puede nombrar un director general interino hasta el próximo otoño boreal. A diferencia del @FMInoticias o del @WorldBank, cuyos directores se reparten Estados Unidos y la UE, la OMC sólo garantiza “la diversidad” de sus miembros.
Desde 1995, fue dirigida por dos europeos, un neozelandés, un tailandés, otro europeo y un brasileño, por lo cual la Unión Africana demanda el cargo (tiene tres de los ocho candidatos, pero falta acuerdo entre sus países).
Estados Unidos, por ahora, dejó en claro que no tiene su apoyo decidido ni que deba ser de un país desarrollado. América Latina tuvo a Azevedo, un precedente que debilita la candidatura del mexicano Seade Kuri, negociador clave del USCAM.
Con las candidaturas ya definidas, comienza el proceso de eliminación de los candidatos con menos consenso, hasta encontrar el adecuado. La votación es un último recurso en el procedimiento oficial de elección del director general, que debía dejar concluir su mandato en diciembre.
El proceso de selección es supervisado por una troika -el presidente del Consejo General (Nueva Zelanda), el presidente del Órgano de Solución de Diferencias (Honduras) y el Órgano del Examen de Políticas Comerciales (Islandia).
Malas señales
La elección del nuevo director general de la OMC debería resultar elegido con el mínimo tiempo necesario para preparar la XII Conferencia Ministerial en Nursultán (Kazajistán), pospuesta para 2021 por la pandemia. Desde ese cargo, el elegido carece de facultades para determinar la agenda y las políticas de la institución.
Para muchos analistas, la pandemia de COVID-19 sólo acelerará tendencias globales preexistentes, en un contexto muy incierto de desorden multipolar donde sólo parece clara la gran rivalidad tecnológica y económica EEUU-China.
“Una primera evolución probable es el abandono de la globalización de las cosas en favor de una mayor (aunque también discutida) globalización virtual. La integración de las cadenas de suministro estaba disminuyendo antes de la pandemia. Ahora la política se está moviendo con más fuerza en esa dirección”, según @martinwolf_.
Ese panorama incluye la fragmentación y regionalización del sistema de comercio que hoy intenta salvar la OMC y, en particular, los países en desarrollo frente a los intereses de grandes potencias.
A su vez, en compensación, la globalización ha interrelacionado de tal manera a todos los actores económicos internacionales, que aún con las restricciones que impuso la crisis del #COVID19 al circuito de CGV y aceptando que los intereses nacionales divergen y dificultan la gobernanza, resulta muy difícil desmontar relaciones comerciales en todo el planeta.
En cualquier caso, el nuevo director general de la OMC deberá lidiar con una escalada de barreras cruzadas y de todo tipo, con la reorganización de un tribunal de apelaciones respetado por todas las partes y, sobre todo, lograr por fin su primera ronda exitosa de negociaciones multilaterales desde 1999.