El ex embajador argentino en Washington habló con Infobae sobre su nuevo libro, “Las dos almas de Estados Unidos”. El diplomático refiere a la “grieta profunda” que vive la sociedad norteamericana, expresada en las figuras de Joe Biden y el ex mandatario republicano. Además, criticó la política exterior del líder libertario.
En los corrillos de la política de Estados Unidos suele decirse que Washington DC es “una isla rodeada de realidad”. La frase alude a la diferencia entre el micro clima de poder que habita en la capital de la máxima potencia mundial respecto al resto de los distritos, ciudades y poblaciones de ese país. Jorge Argüello es de los pocos argentinos que conoce, a caso, tanto la isla como la realidad que rodea a esa burbuja en donde está la Casa Blanca. Deambuló por esa isla que es DC en su estadía como embajador argentino en Estados Unidos. Y frecuentó los contornos de esa democracia durante su adolescencia, cuando residió durante poco más de un año en Indiana por una experiencia educativa. En el 2007, el diplomático se mudó a Nueva York. Fue allí representantes de la Casa Rosada ante las Naciones Unidas.
En sus distintas aventuras diplomáticas en DC, Argüello siguió de cerca las presidencias de George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden. Esa experiencia la refleja en su reciente libro, “Las dos almas de Estados Unidos”, publicado por Clave Intelectual. Una especie de continuación de “Historia urgente de Estados Unidos”, donde analizaba el alba del proceso que da título a su última publicación. El ex embajador en Washington concluye que la sociedad norteamericana vive sumida en una grieta profunda, cuyos exponentes principales son el ex presidente republicano y el actual mandatario demócrata. Justamente, las misma personas que en noviembre volverán a disputar el control del Despacho Oval.
Sobre estos temas Argüello reflexiona en una extensa entrevista que concedió a Infobae. Recibe a este medio en la sede de Embajada Abierta, la fundación que lidera, en el barrio de San Nicolás, en el centro porteño. Una especie de gran departamento con paredes marrones vestidas con lienzos que homenajean al tango y cuadros de artistas nacionales. Hay mapas, globos terráqueos y libros. Cientos de libros sobre política, historia, literatura. En su espacio de trabajo también hay una serie de porta retratos que resumen su biografía profesional, con fotos en reuniones oficiales con las máximas autoridades de Estados Unidos y la República Argentina. Desde la ventana de la oficina se ve la inmensa Plaza Libertad rodeada por el Teatro Colón, el Templo Libertad, la Corte Suprema de Justicia y a lo lejos asoma entre los edificios el vértice del Obelisco. El despacho de Argüello también es, de algún modo, una isla rodeada de realidad.
— Quisiera comenzar por el final. En el epílogo del libro, usted concluye que a esas dos almas de la política americana ya no se explican más por la famosa frase “es la economía, estúpido”. Plantea que ahora es la sociedad, es la cultura, y concluye que definitivamente es otro país. ¿Qué país es, entonces, este Estados Unidos usted visualiza hoy?
— Por mi experiencia profesional y personal he tenido una larga relación con los Estados Unidos, país al que he aprendido a conocer y a querer. Ello me ha dado vivencias y elementos como para hacer un seguimiento de la evolución de esa sociedad. Y hoy veo un país que está fragmentado y polarizado. Esa polarización, esas dos almas como las llamo en el libro, reconoce hoy dos nombres propios a modo de identificación -pero que va mucho más allá de esas personas-, que son los de Donald Trump y Joe Biden. Los argentinos estamos convencidos de que somos los campeones mundiales de la grieta y la verdad es que estos procesos de polarización, en lo social y en lo político, que se está viviendo en nuestro país se vive en la mayoría de las democracias occidentales y con un nivel de intensidad bastante superior al argentino.
— ¿Y qué particularidades tiene esa polarización en Estados Unidos?
— En Estados Unidos cuando hablamos de grieta estamos hablando de valores fundamentale del sistema político norteamericano. Cuando se discute la grieta en Estados Unidos, se discute Dios, se discute educación, se discute religión, se discute la inmigración. Es decir, tiene una profundidad que ciertamente es llamativa. No es lo mismo en Estados Unidos pararse en las costas, sea del Atlántico o del Pacífico, o en las grandes urbes, que pararse en el interior profundo, estar en Oklahoma, Tennesse, Illinos, Idaho, etcétera.
— ¿Es este libro la continuación de un texto anterior suyo, “Historia urgente de los Estados Unidos”?
— De alguna manera, es la continuación de ese libro que hice al final de mi mandato como embajador, en la gestión de Barack Obama. Esa publicación terminaba un año antes de la victoria de Donald Trump y, tal vez, una de las pocas virtudes de ese libro sea haber anticipado una posible victoria de Trump. Le recuerdo que un año antes de su victoria era imposible que en 2016 este hombre ganara la presidencia de los Estados Unidos. Mi último libro, Las dos almas de Estados Unidos, arranca con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en 2017.
— En un momento del libro, usted menciona una declaración del ex presidente Obama donde el demócrata señalaba que las divisiones o la polarización de Estados Unidos estaba en Washington, es decir, en el sistema político, pero no en toda la sociedad norteamericana. ¿Qué cambió hoy entonces que eso se profundice?
— Hay una frase que el mundillo diplomático, el mundillo del poder de Washington, siempre repite, y que me parece que es la frase en la que se inspira esa declaración de Barack Obama. La frase dice Washington es una isla rodeada de realidad. Es muy elocuente. Eso continúa siendo así en la medida en que las dos almas de Estados Unidos no están claramente expresadas en Washington sino que en todo caso participan del mundo de Washington pero claramente en el interior de los Estados Unidos se puede advertir una diferencia en la mirada, en la visión, una percepción muy clara de la noción de los Estados Unidos. En 1994, Bill Clinton era presidente de los Estados Unidos y recuerdo la irrupción en la escena política norteamericana de un señor llamado Newt Gingrich. Era el jefe de la bancada republicana en el Congreso. Este hombre tenía una vehemencia y una dureza en su discurso, era absolutamente conservador. Decía cosas que en ese momento eran políticamente incorrectas y cuestionaba fieramente desde la derecha republicana la gestión del presidente Clinton. Esa línea de pensamiento fue desarrollándose y unos años después se expresó en un movimiento que se llamó el Tea Party. Que a su vez continuó haciéndose fuerte y generó un fenómeno nuevo dentro del Partido Republicano que está claramente identificado con la victoria en la interna republicana de Donald Trump, que había dejado ya de ser aportante al Partido Demócrata para convertirse en un vehemente republicano. Y ese hecho continuó con un dato que hoy es parte de la realidad: el trumpismo ha conquistado absolutamente al Partido Republicano y le ha dado una identidad diferente de la identidad tradicional. Y pasa claramente a expresar una de estas dos almas de los Estados Unidos. Esa es la evolución de la sociedad a la cual he podido acceder como testigo privilegiado por mis roles institucionales.
— ¿Ese proceso se exterioriza o se visualiza mejor a partir del 6 de enero del 2021, con la toma del Capitolio, o más bien empieza partir de ahí?
— Creo que el 6 de enero del 2021 es el resultado del proceso previo pero es nada más que un momento, una fotografía diría. Hay un libro de Javier Cercas, que se llama Radiografía de un instante. Todo el libro gira en torno a la descripción de una foto. La foto está tomada en las Cortes españolas con un Tejero, arma en alto, y todos los diputados escondiéndose debajo de las bancas, todos menos uno. Radiografía de un instante. Yo diría que el 6 de enero, utilizando ese ingenioso título de Cercas, podría expresar la radiografía de un instante. Nunca había imaginado que era posible una manifestación de cientos o miles de personas armadas que irrumpían en el distrito federal para tomar el Congreso con una consigna clara que era matar a Nancy Pelosi, la presidenta del Cuerpo. Perseguían un objetivo claro que era desde el desconocimiento del resultado de las elecciones generales para imponer y desestabilizar el sistema para que revisaran las elecciones.
— Pese al bipartidismo clásico de Estados Unidos, usted señala que algo que ha continuado como política de Estado ha sido la política exterior norteamericana. ¿Identifica que también eso se alteró ahora en estas “dos almas”, a partir de 2021?
— Tengo que decir que así como hay muchas discontinuidades entre la gestión de Trump y Biden, por ejemplo, la política seguida por los Estados Unidos en su agenda exterior con relación a las organizaciones multilaterales, aquellas que surgieron en los Acuerdos de Breton Woods después de la Segunda Guerra. Por ejemplo, la posición de Estados Unidos con relación al cambio climático. Estados Unidos durante la gestión de Trump abandonó el Acuerdo de París. Por ejemplo, en materia de derechos humanos, la participación de Estados Unidos en los ámbitos pertinentes de las Naciones Unidas. Esas son claras discontinuidades. Sin embargo hay una continuidad principal que tiene que ver con lo que es, digámoslo entre comillas, podríamos denominar la percepción de la amenaza china. Allí hay una clara continuidad en la agenda exterior. Es más, yo diría que hay más similitudes entre la gestión de Joe Biden y Donald Trump por un lado y la gestión de Barack Obama por el otro.
— ¿A qué se refiere?
— Recordemos que Barack Obama había iniciado una estrategia de relacionamiento con China en particular, los países asiáticos en general, a partir de una serie de tratados de libre comercio que fueron abortados durante la gestión del presidente Trump. Es más, Hillary Clinton como candidata a presidenta de los Estados Unidos en su competencia electoral con Donald Trump tuvo que cambiar el discurso con relación a China y a los acuerdos impulsados por Barack Obama precisamente porque se advertía claramente la resistencia que había en el electorado para avanzar en esa dirección mientras que Donald Trump hablaba de, no solamente de la amenaza china sino que después una buena parte de su gestión estuvo atravesada por el chinese virus, con todas las implicancias que tiene. Cuando Trump hablaba de chinese virus no hablaba solamente del COVID sino que hablaba de la amenaza concreta que para los intereses de los Estados Unidos desde su percepción significaba China.
— ¿Y por qué China une a la política de Estados Unidos más allá de la polarización?
— Porque el principal vínculo bilateral del planeta hoy es el que está dado entre Washington y Beijing. Y creo que esos dos países, esas dos potencias, han alcanzado un nivel de interdependencia recíproca tan alto que no les resulta posible concebir a Estados Unidos sin China ni a China sin Estados Unidos. Ahora, como suele pasar en muchas relaciones, sobre todo bilaterales, la intensidad de la relación genera múltiples tensiones de distinta escala. Y esas tensiones se expresan de los más diversos modos. Así como le decía que el principal vínculo bilateral es el que está dado entre estos dos países también le digo que el resto del tablero internacional se mueve en un plano secundario y de una u otra manera en función de la tensión que genera el vínculo principal. Pasan cosas en el mundo, tenemos la guerra en Ucrania. Tenemos esta guerra de hecho en Medio Oriente. Tenemos la situación planteada en el Mar de China. Tenemos a Irán y lo que ellos expresan en el tablero internacional. Sin embargo, estos escenarios dependen del escenario que definen Estados Unidos y China.
— ¿Cómo se da esa tensión y equilibrio entre ambas potencias en América Latina?
— Hace poco leía un informe del Lowy Institute en donde describían las áreas de influencia de los dos países. Respecto a Estados Unidos, la atención desde la perspectiva de la política exterior ha estado concentrada en estas otras realidades. Sin embargo, esto reconoce una excepción. Cuando la Casa Blanca detecta la actividad de actores extra hemisféricos en América Latina se enciende una cierta luz de alarma. Y eso es lo que explica , por ejemplo, que la reciente visita de la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur, estuvo precedida por declaraciones muy fuertes con relación a China. Pero no es la primera vez que Laura Richardson visita la Argentina. Lo hizo en el 2022. Y en aquella visita también China era el título principal de su visita.
— Es decir, los focos de alarma para el Departamento de Estado y el despacho Oval son temas geopolíticos estratégicos, no tanto los vínculos comerciales con Beijing.
— Sí, correcto. El principal socio comercial de la Argentina es Brasil. El segundo socio comercial principal es China. El tercero es Estados Unidos.
— En política internacional se suele hablar de esa famosa idea de la Trampa de Tucídides, que grafica cómo una potencia emergente desafía a un hegemón. Ese dilema en muchos casos deriva en una guerra en la que una potencia se impone sobre la otra. En su análisis, hay un sistema en donde el equilibrio de poder está sostenido por una especie de intercambio estratégico entre Estados Unidos y China. ¿Imagina que eso se va a sostener como garante del orden internacional o en algún momento uno se va a imponer?
— Tiendo a pensar que el equilibrio se va a mantener por bastante tiempo. China se ha involucrado en los organismos multilaterales acomodándose a las reglas de un sistema que ya le fue dado. Si bien hay claramente un desarrollo de China que crece como potencia emergente, a la vez hay una preocupación de la dirigencia china por evitar conflictos con Estados Unidos. Si bien tiene y pone sus líneas rojas. Creo que el caso de Taiwán es un claro ejemplo de línea roja puesta por China. Pero a la vez veo que Estados Unidos la respeta y no ha habido en ese sentido todavía acciones que lleven a pensar en un escenario militar confrontativo entre ambas potencias. Creo que la relación del despliegue militar de las bases militares de Estados Unidos con relación a China es de 11 a 1. Ahora, en otro campo, el crecimiento de la presencia naval de China por el comercio es el más importante del mundo. En esta última década y media el número de barcos de bandera china que surcan todos los mares del planeta es altísimo. Y muestra claramente cómo estamos en presencia de una potencia emergente.
— ¿En este escenario de dos actores que digitan el ritmo del sistema internacional ve un mundo que va hacia el bipolarismo o un mundo con múltiples actores, de interdependencia compleja con hegemones regionales?
— En Estados Unidos frecuenté mucho a un académico llamado Ian Bremmer que dirige un think tank llamado GZERO. ¿Cuál es la hipótesis de Bremmer? Él dice que el mundo ya no está gobernado o no está dominado por un G7, ni por un G193 que sería la suma de países que integran la Asamblea General de Naciones Unidas, ni un G2. Él habla de un G0. Han crecido en el mundo distintas centralidades que se mueven y tienen su propio sistema de relaciones y su propio sistema de toma de decisiones. Yo tiendo a compartir lo que dice Bremmer pero lo coloco siempre subordinado a lo que acabo de definir como la relación bilateral dominante que es la que expresan Washington y Beijing. Los espacios multilaterales tradicionales han ido perdiendo vigencia. Las Naciones Unidas de hoy no son las mismas que en las que me tocó trabajar a mí en el año 2007, o a partir del año 2007. Y está muy lejos de tener la capacidad que tenía la organización en la posguerra. En paralelo con esto vemos el G20, que pasó de tener un origen estrictamente económico-financiero a ocupar prácticamente todos los temas de la agenda internacional. Lo veo todavía ganando espacio en desmedro de los viejos foros generados a partir de la Segunda Guerra mundial.
— En Estados Unidos 2024 es un año electoral importante. En noviembre se va a elegir al nuevo presidente. Y este país de dos almas tiene como sus principales candidatos a dos personas mayores a 75 años. En algún momento del libro usted habla de “gerontocracia”. ¿Por qué le parece que este país de “dos almas”, muy polarizado, no ha tenido la capacidad de generar liderazgos jóvenes al interior de los dos principales partidos?
— Porque las polarizaciones extremas, las grietas, tienden a consolidar liderazgos. Y en ese caso de Donald Trump es indiscutible. Él lidera esa parte del país. Y la otra porción está integrada por el Partido Demócrata, el electorado independiente, las franjas moderadas del Partido Republicano. Pero la verdad es que la candidatura de Joe Biden se debe fundamentalmente a la convicción que él mismo tiene de su propio rol. Él está convencido de que le puede volver a ganar a Trump. Y entonces no hubo en el Partido Demócrata una voluntad política que fuera capaz de desafiar la convicción que Biden tiene respecto de sí mismo. Respecto a las edades, creo que la grieta ha inhibido la aparición de nuevos liderazgos no porque no los hubiera, sino porque es tan fuerte la presencia de la referencia que ha terminado por aplacar todas estas candidaturas nacientes y consolidar el esquema ya conocido que es el que va a confrontar en las elecciones del 5 de noviembre. Esos comicios, estoy convencido, no van a terminar con la grieta estadounidense, porque ha llevado generaciones construir esa grieta y va a llevar generaciones superarla.
— Pienso en algo más conceptual a partir del eje del libro. Las democracias en tanto libre expresión del disenso, mismo también del presidencialismo por su diseño institucional, ¿no suponen inherentemente una polarización aunque sea centrípeta, más moderada? ¿Es posible la homogeneidad en un sistema hecho para la representación de las diferencias?
— Es correcta la pregunta. Lo que el 6 de enero de 2021 ha mostrado es que lo que está en cuestión es la institucionalidad tal como fue conocida desde la independencia en los Estados Unidos. Y entonces ahí se pone en jaque todo el sistema. Por eso yo creo que la grieta americana está cuestionando y reformulando el sistema democrático en los Estados Unidos. Y según cómo lo supere, según cómo supere esta grieta, es cómo va a quedar conformado el funcionamiento del sistema democrático en ese país.
— ¿Qué perspectiva tiene de la visión del presidente Javier Milei sobre la relación con Estados Unidos y sus declaraciones de una de alineamiento geopolítico profundo?
— No termino de entender cuál es el diseño de la política exterior del actual gobierno en Argentina pero este proclamado alineamiento con Estados Unidos e Israel no me parece el más conveniente al interés nacional.
— ¿Por qué?
— Recién cuando hablábamos yo decía que la Argentina lo que necesita es multiplicar vínculos. Recién decía que nuestro segundo socio comercial es China. No veo motivos para poner en jaque esta situación en donde Argentina viene siendo un interlocutor confiable para toda la comunidad internacional. Yo he visto en mis cinco años de trabajo como representante de la Argentina ante las Naciones Unidas el reconocimiento y el rol claro que nuestro país tiene en el contexto internacional. Más allá de nuestras crisis. Argentina es un país institucionalmente estable en la región y eso hace que se le preste una especial atención, porque tenemos una región que está siendo sacudida por inestabilidades. Creo que encuadrarse o alinearse automáticamente detrás de Estados Unidos no atiende al interés nacional. Por el contrario, el interés nacional pasa por multiplicar vínculos y no achicarlos. No veo la ventaja geopolítica o estratégica de haber retirado a la Argentina de un ámbito como los BRICS. Por el contrario, hubiera sido partidario de profundizar ese camino porque abre una interlocución y una asociación directa con los principales países emergentes, los que están irrumpiendo en la esfera económica y comercial del mundo. Además de recordar que China es nuestro segundo socio comercial. Nosotros le vendemos creo que el 80% de la carne a China. Entonces qué sentido tiene renunciar a buenas y sólidas relaciones construidas por diferentes gobiernos. Además, me pregunto si el presidente Milei piensa en un alineamiento automático con los Estados Unidos o, en verdad, está deseando un alineamiento automático con Donald Trump. Hay algunos indicios de un claro inclinamiento del presidente Milei por la figura de Donald Trump. Es más, se ha involucrado en el proceso electoral interno de los Estados Unidos mostrando su deseo de que Donald Trump sea electo presidente de los Estados Unidos. No sé en qué se puede beneficiar el interés nacional con definiciones anticipadas de esas características.
— En su presidencia, Donald Trump ejerció políticas proteccionistas, distintas al libre comercio, aplicó aranceles en la disputa comercial con China. Es todo lo contrario a lo que piensa Milei. ¿Qué los acerca, entonces? ¿El estilo de conducción?
— Me parece que suena contradictorio pero bueno, me parece que esa respuesta tendría que darla el presidente Milei.
— Respecto a la situación en Medio Oriente, un tema muy importante para la política exterior norteamericana, ¿cree que Estados Unidos ha perdido incidencia en esa región? Lo pregunto en términos de la dificultad para lograr un alto al fuego en Gaza, los reiterados viajes de Antony Blinken a Tel Aviv y el conflicto continúa.
— Estados Unidos es un país importante en el conflicto de Medio Oriente. Lo ha sido desde 1948 en realidad, desde que se creó el Estado de Israel. En el proceso de Medio Oriente ha habido un involucramiento gradual de distintos actores. A mí me parece que más que perder influencia sobre el conflicto en general pareciera que Estados Unidos está teniendo una cierta pérdida de influencia sobre la gestión de Netanyahu. La situación que está planteada hoy en la Franja de Gaza tiene como responsable al jefe de Estado del Estado de Israel. Y allí es donde me parece que están dirigidas las acciones y está puesta la energía de la administración estadounidense y allí es donde todavía no hay acuerdo de poder avanzar.
— En el caso de una llegada al poder de Trump, ¿qué piensa que podría suceder con la situación en Medio Oriente y con la guerra en Ucrania?
— Creo que hay que esperar a que los hechos se verifiquen, pero pareciera que Donald Trump no está interesado en profundizar la participación activa de Estados Unidos en conflictos de otras regiones. Por el contrario, pareciera que su vocación es por encerrarse en Estados Unidos y retirar al país de esas zonas. Sin ir más lejos, la retirada de las fuerzas americanas de Afganistán se definió durante la gestión del presidente Trump. Por más que se concretó, podemos discutir lo conflictiva que fue la retirada, pero se concretó durante la gestión de Biden. Pero la decisión política fue tomada por la administración del presidente Trump. Así que yo creo que tenemos que esperar a ver cómo evoluciona el escenario electoral de los Estados Unidos para poder empezar a imaginar cómo van a ser los pasos que dé quien resulte ganador.
— ¿Tiene un pálpito sobre quién ganará la elección entre Biden y Trump?
— Hoy la moneda está girando en el aire y la verdad es que no sabe quién va a ganar las elecciones. La última encuesta que publicó el New York Times le da a Donald Trump 46% de intención de voto contra 45% a favor de Biden. Hace un mes la diferencia era de 4 puntos a favor de Trump. Tal vez el mes que viene sea a favor de Biden. Pero el otro mes probablemente vuelva a ser del otro contendor. Insisto, la moneda está girando en el aire y no sabemos cuál va a ser el resultado de esa elección que va a tener lugar el 5 de noviembre.
Publicado el 14/05/2024 en INFOBAE