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"Frente al cambio climático, no hay salida sin equidad", por Jorge Argüello

Más aún en pandemia, urge discutir estrategias globales para enfrentar el calentamiento global. Como así también el desafío de trabajar juntos con una idea más general de justicia ambiental, financiera y social.


El mundo asistió con renovado optimismo a la reciente convocatoria virtual del presidente Joe Biden a otros 39 líderes del mundo en busca de un consenso global frente al cambio climático, pero el debate también dejó en claro que las oportunidades económicas que se abren hoy para lidiar con semejante desafío tienen que enmarcarse en una idea más general, de justicia ambiental, financiera y social.


La Administración Biden organizó esta reunión especial en el Día de la Tierra, para reafirmar el regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París (2015) y sus compromisos -saludado por el resto de los países- y camino a la Conferencia sobre Cambio Climático (COP 26) de noviembre en Glasgow, Reino Unido.


Está claro, más aún en pandemia, que urge discutir y darse estrategias globales para enfrentar el calentamiento global, desde la postergada reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero (GEI) a la financiación de una transformación radical y contrarreloj que demanda innovación tecnológica, pero que hoy entusiasma con un desarrollo sustentable realmente posible.


La diferencia con otros tiempos es que la declarada voluntad política de los grandes emisores de carbono (EE.UU., China, UE y otros) puede combinarse hoy con los avances tecnológicos y con una gran acumulación de capital disponible para activar “un extraordinario motor de creación de trabajo y oportunidades económicas listo para ser encendido”, como sintetizó Biden.


Expresiones de esa nueva fórmula son los mega planes de inversión de Estados Unidos y de la Unión Europea (UE), nuevos “pactos verdes” (green new deals) que movilizarán billones de dólares y euros en la apuesta de esas naciones desarrolladas por relanzar sus economías mientras las reconvierten.


En el horizonte, aparece siempre una meta principal: evitar que la temperatura media global de la Tierra aumente más allá de los 1,5° respecto de los niveles preindustriales (ya ha aumentado 1,3°C) y, para ello, alcanzar las emisiones cero netas de carbono antes de 2050, como lo postula el Acuerdo de París.


El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, usó conceptos drásticos para describir la crisis climática -“amenaza existencial”, “alerta roja”- pero confió en que una coalición global será capaz de encarar una “década de transformación” para reducir a cero las emisiones netas de carbono hacia 2050.


Guterres mencionó un aspecto sensible en el debate entre países desarrollados y emergentes: la eliminación de subsidios a combustibles fósiles, un recurso esencial para muchas economías que han tenido una tardía participación en la revolución industrial que llevó al mundo hasta el actual límite de sustentabilidad. En ese sentido, demandó más financiamiento y apoyo tecnológico de países desarrollados a los en desarrollo, para que estos últimos puedan acompañar la reconversión.


Responsabilidades


Como se plantea desde las épocas de la aprobación del Protocolo de Kioto (1997), los grandes emisores de carbono, la mayoría países desarrollados, deben asumir proporcionalmente sus responsabilidades (en América Latina, México es responsable por el 1,3% de las emisiones globales de carbono y Brasil, por el 3%).


Alemania es un buen ejemplo a seguir: ya redujo 40% sus emisiones desde 1990 y en 2038 dejará de producir energía con base en carbón, recurso clave en la historia de su desarrollo. Otro es Rusia, que las redujo en 50% por la reestructuración de la industria y energía heredadas de la era soviética (45% del balance energético ruso es de fuentes bajas en emisión), explicó el presidente Vladimir Putin.


El propio primer ministro británico, Boris Johnson, anfitrión de la COP 26, reconoció que los países desarrollados deben “hacer más” y anunció una reducción de 78% de las emisiones del Reino Unido para 2035. Lo imitaron otros grandes emisores de carbono (EEUU, China, India, Rusia, Japón), que se comprometieron a fuertes reducciones para 2030. Luego, se anunciaron también novedosas iniciativas bilaterales (EEUU con India y Japón, respectivamente).


Pero ése es sólo un paso en dirección hacia la meta de lograr una justicia climática y ambiental, porque como dijo el presidente Alberto Fernández en esta cumbre virtual -citando al papa Francisco- la crisis ecológica y la crisis social “son dos caras del mismo problema”, están unidas.


De ahí que Fernández, en sintonía con su par francés, Emmanuel Macron, introdujo en el debate un elemento esencial -y no complementario-: la renovación de la arquitectura financiera internacional. Unas finanzas distorsionadas harán trizas la perspectiva de una reconversión global de la economía para reducirla a unos pocos islotes de innovación que no servirá ni a unos ni a otros. Ya se dijo, nadie se salva solo en esta emergencia.


Esa agenda, como detalló el Presidente, debe incluir en esta crisis acentuada por la pandemia la movilización de recursos a través de la banca multilateral y bilateral; canjes de deuda por acción climática, nueva asignación de Derechos Especiales de Giro sin discriminar a los países de renta media y mayor flexibilidad de plazos, tasas y condiciones ante los fenómenos de sobre endeudamiento.


Es la única manera en que, como se ilusionó el primer ministro japonés, Yoshihido Suga, la lucha contra el cambio climático deje de ser una limitación al crecimiento económico, deje de plantearse como una disyuntiva de economía o ambiente, y pase a ser una fuerza de crecimiento dinámico global de largo plazo.


El presidente chino, XI Jinping, dio una clave para lograr este cambio en un marco de equidad, cuando reivindicó el rol del multilateralismo en cualquier iniciativa, en un sistema internacional con centro en las Naciones Unidas. Las responsabilidades comunes pero diferenciadas -recordó- son la base de la gobernanza global, hoy enriquecida por foros como el G20 (75% de las emisiones globales de GEI).


Tal vez, en esta cumbre virtual se haya abierto un nuevo camino de justicia social, financiera y ambiental. Para transitarlo juntos, los países de América Latina deben superar sus históricos déficits de coordinación, porque como dijo con razón el presidente Fernández, para salvar al planeta “el tiempo de las dudas terminó”.


Publicado por Jorge Argüello en PERFIL el 03/05/2021.

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