-¿Cuáles deben ser los ejes y prioridades de la política exterior argentina para el próximo mandato?
Antes que nada, es imprescindible que sean fruto de un consenso amplio entre las distintas fuerzas políticas. Sin una agenda exterior sostenida a largo plazo como política de Estado, seguiremos actuando de manera errática y hoy, en este mundo tan globalizado como agitado, ello determina un pésimo y directo correlato en nuestra vida cotidiana.
Hay algunos asuntos prioritarios:
* apostar por una integración regional estable que nos fortalezca frente a los grandes bloques;
* optar siempre por el multilateralismo, apostando a su aggiornamiento, para resolver conflictos;
* mantenernos equidistantes de Estados Unidos y China, sin dejar de optimizar ambas relaciones por igual;
* la promoción de exportaciones no tradicionales y el apoyo a la internacionalización de las empresas argentinas,
* definición de nuevos proyectos estratégicos e identificación de socios,
* procurar inversiones que favorezcan el desarrollo y reduzcan la primarización de nuestra economía (es lo que está en juego en el acuerdo UE-Mercosur).
* relanzar una Política Nacional Antártica para consolidar una presencia biooceánica y, desde ya, mantenernos firmes y unidos en la disputa de soberanía sobre las Malvinas, sin concesiones estériles, justo ahora que el Reino Unido atraviesa una crisis política historica.
Una futura política exterior argentina debe conjugar entonces tres cosas:
Primero, elaborar hojas de ruta consensuadas y a largo plazo, y no tácticas fugaces limitadas a nuestros ciclos electorales e intereses circunstanciales.
Segundo, asegurar mayores esferas de autonomía y no de mayor dependencia; sobre todo ante la realidad de Argentina como “poder medio”: ni gran potencia, ni simplemente periférico.
Tercero, reconocer que los nuevos desafíos internacionales en el siglo XXI serán “intermésticos”, pues las fronteras entre las dinámicas internacionales y las domésticas son más porosas que nunca.
-¿Cuál debería ser el posicionamiento respecto a Brasil, histórico socio, pero con Jair Bolsonaro en la presidencia?
Nadie puede discutir la importancia de Brasil en cualquier esquema de integración regional, en especial para la Argentina y en el Mercosur. Ya hay un terreno ganado y una complementación irreversible. Sin embargo, con el triunfo de Bolsonaro en Brasil y otros cambios de signo político en la región, sabemos que esa integración reconoce en ese péndulo ideológico un riesgo muy grande. Ya se verificó en el camino de la UNASUR al nuevo PROSUR, y la verdad es que promete pobres resultados.
En ese sentido, es esencial conducir nuestras relaciones pensando en el largo plazo, en los intereses estratégicos y respetando las diferencias. Camino a la integración, se puede converger desde modelos y gobiernos ideológicamente diversos. La vinculación entre nuestras economías es tal que sería poco prudente pensar dar pasos importantes en materia internacional sin buscar consensos básicos con Brasil. Más allá de cuestiones ideológicas de turno debemos tenernos en cuenta reciprocamente porque cada uno es parte de la ecuación del otro. Reconocer que nuestros futuros están entrelazados es la premisa necesaria para una mayor coordinación de nuestras diplomacias. Es imprescindible mantener coherencia y un consenso básico fronteras adentro respecto de cualquier política de alianzas, en este caso con Brasil, que arrastra algunas asimetrías.
-¿Cómo califica la relación de Argentina con Estados Unidos durante estos años? ¿Cómo debería plantearse el vínculo según su criterio?
El actual gobierno nacional ha hecho de la relación con Estados Unidos casi el pilar el principal de su política exterior. Por definición, eso es un error estratégico elemental, incluso cuando parece que rinde frutos, como en el sostén que dio la Administración Trump al acuerdo con el FMI, un paso que no sólo genera dependencia sino que exige además contraprestaciones en otros aspectos de la política exterior sensibles, como Medio Oriente.
Estados Unidos sigue siendo la mayor potencia económica y militar del planeta, aun en esta transición agitada de un orden global a otro incierto, en la que discute la primacía con China pero mantiene la hegemonía continental. Asumiendo eso, la relación con Washington necesita autonomía y debe inscribirse, además, en una estrategia regional más amplia que considere esa realidad pero evite una dependencia que históricamente no nos hizo bien.
Además, el aislacionismo, la xenofobia y la prepotencia militarista de esta administración Trump chocan con los principios internacionales sostenidos históricamente por Argentina. Existe una gran diferencia entre elaborar una plataforma de política exterior tomando en cuenta la relevancia de Washington y diseñar un plan atendiendo exclusivamente a ese vínculo. Además, en los últimos tiempos predomina una conducta excesivamente concesiva que condiciona no solo las políticas domésticas, sino también nuestra relación con el resto del mundo. Del mismo modo que es impensable una Argentina que analice un mundo haciendo de cuenta que Estados Unidos no existe, es ingenuo todo análisis que silencie al resto de las variables externas.
-¿De qué manera deberán negociarse los próximos pasos del acuerdo Mercosur-Unión Europea? ¿Cree que este acuerdo traerá oportunidades para el país o puede haber una apertura comercial excesiva?
A mi parecer, el gobierno ha cometido varios errores en la firma de ese acuerdo político, al que por cierto le esperan dos años de negociaciones y la aprobación de todos los parlamentos de ambos bloques. El primero fue someter un asunto tan estratégico a una lógica electoral y vender el acuerdo como un salto hacia un desarrollo moderno, cuando en realidad puede implicar eso, o lo contrario.
Ese apuro los llevó a negociar un acuerdo a cualquier precio. Por algo, distintos gobiernos resistieron antes las condiciones que terminamos aceptando ahora. Comerciar más no implica siempre comerciar mejor. Este acuerdo, como se firmó, consolida nuestro lugar de economía primaria y sin desarrollo en el escenario global, y nos expone a una competencia muy desigual en el sector industrial, con impacto negativo en los empleos. Ello convierte al tema, en el fondo, también en un asunto social. Y la pregunta que asoma es: ¿qué se ha pensado para la reconversión de los trabajadores argentinos de cara a los tremendos cambios que este acuerdo traería al mercado laboral? Esta pregunta no ha estado presente, y me parece una preocupación que debe ser central. La política exterior es una política pública, y por lo tanto debe tener siempre como Norte la mejora en las condiciones de vida de los argentinos.
-Más allá de la cuestión electoral, ¿cree que se alcanzaron algunos acuerdos básicos entre los diferentes partidos respecto a la política exterior? ¿Cuáles?
En los albores de su gestión, parecía que el presidente Macri tenía la voluntad política de buscar y generar consensos en algunas cuestiones generales asumiendo su limitada representación parlamentaria. Pero pronto abandonó esos intentos y tomó varias decisiones unilaterales en política exterior, la más incompresible y delicada el acuerdo Foradori-Duncan, con el Reino Unido, que restableció el “paraguas” de soberanía y reinició una política de concesiones gratuitas a Londres. Si hay un asunto de política exterior que demanda un acuerdo básico sin fisuras, ése es la Cuestión Malvinas. Y no ocurrió.
Ese ejemplo es parte de la lógica general que antes mencionaba: al excluir otras visiones a la hora de formular diagnósticos de lo que ocurre en el mundo y cómo debemos reorientarnos, lo que tenemos hoy es una política exterior que le habla a un mundo que esta dejando de ser. Además de estrecho, ese diagnóstico cerrado tuvo en consecuencia muy poca flexibilidad para tomar nota de los rápidos cambios globales. En la medida en que se vea al mundo como se desea y no como se nos presenta, nuestra diplomacia seguirá tomando el micrófono sin estar dispuesta a escuchar a las contrapartes.
-¿Cuál es su postura respecto a la situación de Venezuela? ¿Cree que Argentina debería tener una postura más cercana a las de México y Uruguay en este tema?
Para empezar, nada de lo que pueda proponerse como solución en Venezuela debe excluir el diálogo entre las partes en ese grave conflicto institucional, aun con asistencia de la región. No se puede admitir, ni siquiera contemplar como hipótesis, una intervención militar como la que ya insinuó la Administración Trump, que sólo alejaría más la recuperación de una democracia plena, con respeto por los derechos humanos.
Que el régimen chavista derivó en un gobierno autoritario es una realidad, aunque describirlo a secas como una dictadura desmerezca el respaldo que logró en las urnas. La persecución de opositores, en cualquier contexto, es inaceptable. Pero Argentina no puede seguir a ciegas el guión estadounidense, o el chino, o el ruso, basado en intereses distintos a los de la región.
México y Uruguay mostraron, al menos, una alternativa, aunque falte convertirla en una iniciativa efectiva como otras que la región, sin Washington, hizo prosperar en otros países durante las últimas décadas, desde el Grupo de Contadora hasta la UNASUR.
Debemos seguir sosteniendo la noción compartida por los diferentes Estados de la región de que la democracia es una condición para la estabilidad al interior de cada Estado y la paz entre nosotros.
-¿Qué influencia puede llegar a tener la asunción de Boris Johnson como primer ministro británico en el tema Malvinas? ¿Se pueden esperar novedades?
Todo lo que pueda hacer a partir de ahora una figura como Boris Johnson resulta impredecible, hasta para los propios británicos. Hasta hoy, ignoramos si Johnson, un populista nacionalista dispuesto a dejar la UE como sea según él mismo dijo, tiene en mente algo diferente a sus antecesores, aunque resultaría extraño.
Lo cierto es que Argentina debe desandar el camino que eligió el actual gobierno, de reeditar la política de concesiones de los 90 a la espera de un gesto de buena voluntad que nunca llegará. Todo lo contrario: debe ponerse firme en su reclamo de soberanía. El año pasado, la visita de Johnson -entonces como Ministro de Asuntos Exteriores británico- fue la primera en más de dos décadas, pero sin avances significativos para la parte argentina.
Las oportunidades se aprovechan, pero también se construyen: ahora que el Reino Unido atraviesa su peor crisis institucional en décadas, la Argentina puede maximizar las posibilidades de diálogo sincero y acuerdos que esta vez sean integrales y de beneficio mutuo. Tanto el Brexit como el ascenso de Johnson son señales inequívocas de los aprietos que los británicos atraviesan. Y esa posible endeblez podría abrirnos la mejor oportunidad, desde 1982, de lograr que el Reino Unido cumpla con las disposiciones de la ONU y la comunidad internacional, camino a la recuperación de nuestro pleno ejercicio de la soberanía sobre los territorios usurpados.
Publicado el 05/08/2019