Este domingo Perú vota los máximos cargos políticos para el período 2021-2026, incluida la presidencia. Las elecciones son una oportunidad para recuperar la estabilidad institucional que el país perdió en un contexto político altamente fragmentado. Con la necesidad de una segunda vuelta prácticamente garantizada, la indecisión de los votantes será determinante para fijar las opciones del ballotage.
En la primera década del siglo XXI, Perú fue una de las economías más dinámicas de América Latina. Con tasas de crecimiento que superaron el 6% interanual, la pobreza se redujo a la mitad (52% en 2002 a 26% en 2013). Sin embargo, la exclusión de los sectores rurales y la desigualdad en las grandes ciudades seguía siendo el principal obstáculo para el desarrollo en el país andino.
A esas limitaciones se sumó, en la década siguiente, la inestabilidad del sistema político e institucional. Con una alta fragmentación política e identidades extremadamente divisivas, la ciudadanía peruana no ha encontrado hasta el momento canales estables para poder salir de su laberinto.
Tanto Ollanta Humala (2011-2016) como Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018) vencieron en ballotage por escaso margen a Keiko Fujimori, la hija del exmandatario Alberto Fujimori (1990-2000). La dinámica política mostraba a su partido político, Fuerza Popular, como el actor preponderante del sistema de partidos; pero en cada ballotage la constelación de fuerzas restantes lograba reunir más votos que el fujimorismo.
Esto llevó a una alta confrontación entre el fujimorismo como actor de veto en el Congreso y jaque permanente a la gestión presidencial. Mientras tanto, una miríada de opciones partidarias se constituía para intentar captar las nuevas demandas del electorado en las distintas partes del país.
CRISIS POLÍTICA PROFUNDA
La situación de fondo se agravó con la crisis institucional de septiembre de 2019. Entonces, el Congreso fue disuelto por el presidente Vizcarra cuando el cuerpo negó por segunda vez una moción de confianza a su Consejo de Ministros. El mandatario intentaba impedir el nombramiento de los miembros del Tribunal Constitucional (TC) por parte del Congreso, de mayoría fujimorista.
El argumento del gobierno fue que el proceso de selección de candidatos del Tribunal Constitucional (TC) no era transparente ni garantizaba la división de poderes. Tras el nombramiento de un nuevo magistrado para el TC, Vizcarra anunció la disolución del Congreso y la consecuente convocatoria de elecciones legislativas.
Vizcarra se sumergió en fuertes embates con la oposición acusándola de tratar de usar las instituciones gubernamentales para beneficio personal de sus dirigentes. Como elemento agravante, la líder del partido opositor Fuerza Popular, Keiko Fujimori, había estado en prisión preventiva por acusaciones de lavado de dinero y recuperaba la libertad en noviembre de 2019.
Luego de la decisión de Vizcarra, legisladores opositores intentaron boicotear la disolución del Congreso. En la primera semana de octubre, resultaron decisivos tanto el apoyo de la ciudadanía en las calles como el apoyo de la policía y las Fuerzas Armadas a la decisión del presidente.
Las elecciones legislativas se celebraron en enero de 2020. El resultado: mayor fragmentación política y desnacionalización del sistema de partidos. En vez de dividirse entre seis fuerzas como en 2016, el Congreso del Perú ahora lo hacía entre nueve. Si la primera fuerza controlaba el 56% de las bancas antes, a partir de la nueva composición se había reducido a un tercio de aquello (19%).
Mientras que el fujimorismo vio pulverizada su mayoría de escaños y se sumía en una crisis partidaria, las fuerzas protagónicas de la política peruana del siglo XX tenían resultados opuestos. Por un lado, el longevo Partido Aprista -todavía sacudido por el suicidio del expresidente Alan García- ni siquiera llegaba a entrar al Congreso. Por el otro, Acción Popular (el partido que más veces y por mayor tiempo ocupó la Presidencia), recuperaba presencia legislativa como primera fuerza en el unicameral peruano.
Eso tendría consecuencias visibles: luego de la destitución de Vizcarra tras un segundo proceso de vacancia (por 4/5 del Congreso a favor) en noviembre de 2020, Manuel Merino de Acción Popular juró como presidente. Las fuertes protestas y la represión de Merino provocaron su rápida caída, para ser reemplazado por el presidente del Congreso, Francisco Sagasti, de la novedosa plataforma Partido Morado.
LAS ELECCIONES 2021
Con este panorama, más de 25 millones de peruanos están convocados para una amplia renovación del sistema político. La primera vuelta será crucial, marcada por la pandemia del COVID-19 y la apatía ciudadana.
Perú es una república presidencialista cuyos mandatos ejecutivo y legislativo duran cinco años. El poder legislativo tiene una única cámara de representantes de 130 escaños, elegidos por múltiples distritos utilizando el voto proporcional preferencial.
Para la presidencia y vicepresidencias se utiliza, en cambio, un distrito electoral único. Si ningún candidato consigue la mayoría de los votos válidos, está contemplada una segunda vuelta para este 6 de junio entre las dos opciones más apoyadas.
La composición del Congreso es fundamental para que el Ejecutivo pueda mantener su iniciativa de gestión, por ejemplo, en iniciativas de lucha contra la corrupción. Un hemiciclo fragmentado le otorga a cualquier fuerza minoritaria una alta capacidad de chantaje sobre el ejecutivo, lo que muchos partidos localistas han aprovechado para obtener políticas preferenciales para sus distritos.
En esta elección presidencial, ninguna de las 18 (dieciocho) boletas alcanzaría siquiera un sexto de los votos en esta primera vuelta, según todos los sondeos. Con una participación electoral a la baja en las últimas dos décadas, el abstencionismo y el voto nulo jugarán un papel determinante en las opciones del ballotage.
De hecho, las mejores proyecciones para cualquier candidato líder no superan el techo del 10%, mientras que la combinación de voto indeciso y nulo oscila entre el 25 y el 30% del electorado. Esta incertidumbre excepcionalmente alta torna a cualquier análisis de candidaturas individuales poco útil. Sí pueden identificarse los elementos centrales de las fuerzas protagonistas.
Estos comicios cuentan con candidatos con amplia experiencia parlamentaria y ejecutiva (como Yonhy Lescano, de Acción Popular, o César Acuña, de Alianza para el Progreso) y aquellos de perfil tecnocrático y empresarial (como Hernando de Soto, de Avanza País, o Rafael López Aliaga, de Renovación Popular).
Sorprendieron en campaña también los perfiles más novedosos o outsiders (como la psicóloga Verónika Mendoza, de Juntos por el Perú, o el exfutbolista George Forsyth, de Victoria Nacional) particularmente atractivos para el electorado femenino, joven o desencantado con las propuestas tradicionales.
Lo llamativo es que las acotadas preocupaciones del electorado formatearon una homogénea campaña electoral. Las acusaciones cruzadas de corrupción de una fuerza hacia la otra fueron lo más escuchado en los actos de campaña y los debates televisivos, utilizadas como arma de impacto para restar uno o dos puntos de intención de voto, decisivos en este contexto.
La crisis sanitaria también forma parte de las preocupaciones inmediatas de la ciudadanía. Además, la pandemia provocó lo que la fragmentación política y escándalos institucionales no pudieron: la inestabilidad económica. En consecuencia, cobraron mayor relevancia las propuestas relativas a las inversiones extranjeras en el país, el rol del Estado en la economía e incluso los vínculos de Perú con Asia.
Tampoco pueden perderse de vista tres fuerzas que quizás no cosechen tantos cargos de manera directa pero que sí marcarán la agenda legislativa y presidencial en esta próxima década: los grupos de presión ecologistas, las agrupaciones indigenistas y el creciente movimiento evangélico. Algunos análisis pasan por alto que el Frente Popular Agrícola del Perú (FREPAP), que combina estos tres componentes en una plataforma conservadora, ruralista y de mesianismo con tintes incaicos, es la tercera bancada más grande del Congreso luego de las elecciones extraordinarias 2020.
Con todo, las elecciones en Perú 2021 reflejan el agotamiento del sistema político originado en la década del ochenta y sus opciones tradicionales. El próximo presidente y Congreso peruanos tendrán el desafío de construir gobernabilidad en plena pandemia y que supere las dinámicas nocivas de los últimos años que condujeron al hartazgo ciudadano.
Publicado el 08/04/2021.