La velocidad de las tecnologías emergentes y la influencia masiva de las empresas tecnológicas multinacionales desafían las estructuras tradicionales de gobierno y los servicios diplomáticos en todo el mundo. Los Estados actualizan sus cancillerías y nombran “embajadores tecnológicos” en una carrera contra el tiempo para evitar un déficit diplomático.
Con alcance mundial y miles de millones de usuarios e ingresos anuales que superan los PIB de dos tercios de los países del mundo, algunas de las principales empresas tecnológicas igualan o incluso superan a los Estados soberanos en influencia internacional. A la inversa, cada vez es más difícil para los encargados de la formulación de políticas absorber el impacto de las nuevas tecnologías.
Muchas de estas empresas son grandes actores políticos influyentes. Por ejemplo, en 2016, la revista Foreign Policy otorgó su premio al diplomático del año a Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Alphabet Inc, la empresa matriz de Google. El premio fue un reconocimiento a las contribuciones de Google a las relaciones internacionales a través del empoderamiento de los ciudadanos a nivel mundial.
Varios de los cambios sociales de mayor alcance de hoy en día son impulsados en parte o totalmente por avances tecnológicos: la inteligencia artificial y la automatización impactan en el futuro de los empleos; la big data, en la protección de la información personal; los medios y redes sociales, en el diálogo democrático y las elecciones; la “Internet de las Cosas” (IoT, por sus siglas en inglés); los modelos de negocios digitales, en los sistemas fiscales; y las criptomonedas en la arquitectura financiera mundial.
Todas ellas son tendencias forman parte de la Cuarta Revolución Industrial, que trasciende fronteras con una velocidad sin precedentes y transforma casi todos los sectores de la sociedad repercutiendo en los mercados nacionales, pero también en el equilibrio mundial de poder y en los valores e instituciones establecidos.
De esta manera, el carácter disruptivo de estas nuevas tecnologías, combinado con el surgimiento de poderosos agentes no estatales, está dando forma a una nueva política exterior.
La tecnología afecta cada vez más a la geopolítica, los derechos humanos, la política de seguridad y el desarrollo mundial, y hace surgir oportunidades y riesgos. Ya no parece suficiente para los Estados depender únicamente de las relaciones diplomáticas tradicionales para promover y proteger sus intereses en el mundo.
Un nuevo paradigma
Junto con la guerra, la diplomacia ha sido uno de los dos conjuntos de herramientas de política exterior. Las reglas dentro de las cuales la diplomacia opera y los instrumentos a través de los que se ejerce cambian y se adaptan a lo largo del tiempo para poder seguir el ritmo de los avatares de la política internacional.
Hoy en día, la diplomacia opera dentro de los procedimientos institucionales internacionales que el mundo construyó desde la posguerra fría (la llamada “nueva diplomacia”) y éstos dirigen el alcance y las actividades diarias de los diplomáticos. No obstante, la diplomacia está cambiando y los actores, también. Esto siembra cuestionamientos a los métodos que la diplomacia internacional ha reforzado durante los últimos treinta años.
La digitalización profunda de la Cuarta Revolución Industrial está desafiando de muchas maneras los conceptos tradicionales de poder tanto a escala nacional, como regional y mundial. En 2017, el gobierno danés elevó la tecnología y la digitalización a la categoría de prioridad de la política exterior y de seguridad. La iniciativa se denominó diplomacia tecnológica, o “TecPlomacia”.
La TecPlomacia se basa en la idea de que nuevas tecnologías como la inteligencia artificial, la big data, la IoT y blockchain trascienden las fronteras con una velocidad sin precedentes y deben ser incorporadas al ejercicio de la política exterior.
¿Qué implica la TecPlomacia? Como parte de un planeta interconectado, los centros geográficos que acogen el desarrollo tecnológico desempeñarán un papel cada vez más activo en la economía mundial. Dinamarca reconoce el imperativo de establecer buenas relaciones y comprender las políticas y programas de los gigantes tecnológicos. La tesis es que la diplomacia en el siglo XXI debe crear nuevas vías de diálogo y colaboración ya no sólo entre gobiernos, sino entre éstos y las grandes industrias tecnológicas y la sociedad civil.
La iniciativa danesa -encabezada por el primer “embajador tecnológico” del mundo- tiene un mandato mundial y una presencia física a través de tres zonas horarias con responsabilidad de lo que sucede desde Silicon Valley a Copenhague y Beijing.
Al igual que Dinamarca, el presidente Emmanuel Macron nombró en Francia a un "embajador de asuntos digitales", con jurisdicción esos temas de los que se ocupa el Ministerio de Asuntos Exteriores. Esto incluye la gobernanza digital, las negociaciones internacionales y el apoyo a las operaciones de exportación de las empresas afines.
Alemania y Eslovaquia también han nombrado embajadores digitales. Cada uno de ellos con diferentes mandatos, pero todos se basan en la misma comprensión de la necesidad de involucrar un seguimiento a la industria tecnológica de una manera más estructurada dentro de los cálculos de las relaciones exteriores. En este sentido, tanto las Naciones Unidas como la Unión Europea (UE) han elevado la importancia de la tecnología y la digitalización en sus esfuerzos por promover la paz y la seguridad, el desarrollo mundial y los derechos humanos.
Mayor responsabilidad
Desde las finanzas electrónicas a la carrera por el 5G, los gigantes tecnológicos desempeñan un papel crucial en la configuración del entorno internacional. De allí que devenga indispensable que los gobiernos y sus diplomáticos cultiven un entendimiento mutuo con ellas, para comprender mejor cuáles son sus intereses y qué nuevos avances tecnológicos se están gestando, así como sus implicaciones políticas y geopolíticas.
Las aplicaciones concretas de la TecPlomacia son muchas: con sus misiones, los embajadores tecnológicos podrán desempeñar un papel fundamental en los apremiantes debates sobre la gobernanza de Internet, la protección de los datos o la neutralidad de la red y, fundamentalmente, en lo relativo a la delincuencia internacional. Dependerá de la relación entre los Estados y estas compañías que las nuevas tecnologías faciliten o controlen la delincuencia.
La TecPlomacia también implica reconocer la responsabilidad de los privados en muchos fenómenos de la política internacional. Las multinacionales tecnológicas pueden facilitar la desinformación o campañas de noticias falsas, emitir sus propias monedas internacionales o moldear las normas industriales internacionales, incluso incidir en conflictos armados. En consecuencia, debe rechazarse toda pretensión de neutralidad por parte de estos actores con enorme capacidad de influencia.
Esto ha sido muy claro durante la pandemia del COVID19. El mundo ha sido testigo de la participación de importantes actores tecnológicos que exploran y explotan el potencial de la inteligencia artificial, la big data y otras tecnologías emergentes para predecir, vigilar y prevenir los efectos adversos de la crisis.
El mundo post COVID-19, una oportunidad
La propagación del nuevo coronavirus puso a prueba a un mundo globalizado. En tiempos de crisis, la cooperación internacional es más que esencial, e impulsada por la necesidad, se está adaptando: el uso de la tecnología y la modalidad virtual por sobre los encuentros presenciales ha eliminado barreras burocráticas y ha agilizado gestiones.
Por primera vez, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) han celebrado sus reuniones en línea. La ONU, la UE y otras organizaciones están pasando de las grandes salas de conferencias a los espacios virtuales, lo que ha provocado un profundo cambio en la forma de llevar a cabo la diplomacia. El 30 de marzo, por primera vez en la historia, los miembros del Consejo de Seguridad transmitieron sus posiciones por correo electrónico y votaron por escrito, y el presidente del organismo anunció los resultados a través de una videoconferencia.
En 2020 se presentó entonces una oportunidad inédita para que las empresas de tecnología y los gobiernos se sienten a discutir sobre la regulación de sus actividades dada la aceleración de la digitalización durante la pandemia. Esto sugiere un nuevo ámbito de actividad para la TecPlomacia y sus embajadores tecnológicos: la necesidad de que las empresas tecnológicas desarrollen sus propias capacidades diplomáticas para defender sus intereses en estos conflictos.
La política exterior, como todos los demás sectores de la política pública, ha entrado firmemente en la era digital. En ella, la TecPlomacia será la herramienta a la que los Estados deberán recurrir, aprender y fortalecer para poder velar por sus intereses, en un mundo más incierto que nunca.