CRÓNICA DE UNA GUERRA COMERCIAL ANUNCIADA
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La cruzada arancelaria lanzada por Trump, una revolución neo-mercantilista que puede acarrear una severa recesión global y des-globalización, hunde sus raíces en la historia de EEUU y tuvo un preaviso en 2018. ¿Es un golpe para negociar o un intento por resolver a la fuerza la pérdida de competitividad e influencia mundial?
El “Día de la Liberación” estadounidense proclamado por Donald J. Trump este 2 de abril simboliza una declaración de guerra comercial de las más anunciadas en la historia económica moderna, que tiene antecedentes de casi un siglo y un último preaviso en 2018, cuando el presidente la ensayó por primera vez con China.
Con una base de 10% a todos los países y un máximo de 34% a los productos chinos, la Administración Trump impuso aranceles a todas las importaciones, una ofensiva que mereció respuesta inmediata no sólo de China (otro 34%), sino de la Unión Europea (UE), a los que seguramente seguirán otras economías. Todo se apoyó en leyes proteccionistas de 1897, 1917, 1930 y 1977.
Mientras se hundían las bolsas de todo el mundo (USD 6,6 billones perdidos en acciones) y se desplomaban los commodities como el petróleo por temor a una recesión global como durante la pandemia (2020-2022), llovieron las advertencias sobre las consecuencias negativas en el propio mercado estadounidense, incluso de la propia Reserva Federal (banco central): caída de actividad e inflación.
"Es nuestra declaración de independencia económica. Si quieren arancel cero, vengan a producir acá”, dijo Trump, al reivindicar un nacionalismo económico apoyado en la doctrina neo-mercantilista de su anterior secretario de Comercio, Robert Lighthizer, quien mantiene su coherencia e influencia en el presidente.
Aunque es temprano para afirmarlo, todo indica que el Día de la Liberación terminará comparándose con episodios igualmente relevantes para el mundo de la historia económica de Estados Unidos. Y fuente de mayor inestabilidad. “Esto es una revolución económica y vamos a ganar. Resistan, no será fácil, pero el resultado será histórico", insistió Trump el fin de semana.
Entre los principales, están la Ley de Aranceles Smoot-Hawley de 1930 bajo la presidencia de Herbert Hoover, que provocó un descalabro mundial, o el fin de la convertibilidad dólar-oro con el presidente Richard Nixon del 15 de agosto de 1971, el “Nixon Shock” que deshizo los Acuerdos de Bretton Woods (1945) que había liderado como potencia vendedora de la II Guerra Mundial.

EEUU lleva medio siglo (1975) sin vender más de lo que compra al mundo. Trump alega que la competencia extranjera desleal perjudica a los fabricantes estadounidenses y ha devastado las ciudades fabriles del país, donde arrebató electorado obrero históricamente demócrata. En su primer mandato, impuso aranceles sobre el acero, el aluminio, paneles solares y casi todo de China.
Con China, el inicio de un choque frontal puede fecharse el 5 de julio de 2018, cuando la primera Administración Trump impuso aranceles a cientos de productos chinos por 34.000 millones de dólares al año. Para Beijing, ya era "la mayor guerra comercial en la historia" y adoptó contramedidas, como ahora los aranceles de 34%.
El desafío frontal a China y la ansiedad de Trump por frenar la pérdida de influencia de EEUU, que ya no impone reglas de juego sino que las rompe y genera alianzas defensivas impensadas como la de China, Japón y Corea del Sur, influirá en países como Argentina por la baja del precio de commodities, devaluaciones y la dificultad para colocar productos. La peor parte se la llevarán las naciones más pobres.
El neo-mercantilismo y nacionalismo

Guiado por los asesores Lighthizer, Peter Navarro y Wilbur Ross, el presidente Trump asienta su nueva política comercial en algunos principios básicos, empezando por una victimización: el sistema multilateral avalado por EEUU desde la posguerra y relanzado hace tres décadas con la Organización Mundial de Comercio (OMC) sirvió para abusar del país, en particular por parte de China desde que ingresó al organismo en 2001.
El jefe de asesores económicos del trumpismo, Stephen Miran, teoriza que la globalización y la demanda de activos de reserva de EEUU han sobrevaluado el dólar, provocado rojo comercial a EEUU, desgastado su sector industrial y generado gastos excesivos en defensa. Estas medidas pueden provocar una “mínima inflación” en el país pero recargan el problema en los países arancelados.
La Administración Trump cree que todo déficit comercial es perjudicial,y necesita ser reconvertido en superávit, según una antigua concepción mercantilista que el propio liberalismo de Adam Smith refutó y economistas como John M. Keynes volvieron a hacer tras la II Guerra Mundial.
Trump sintetizó el nacionalismo económico de su administración en este mensaje público al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, impensado en el orden liberal con el que suele identificarse a Washington: “Los precios de la energía han bajado, las tipos de interés han bajado, la inflación ha bajado, incluso los huevos han bajado un 69% y los empleos han AUMENTADO, todo en dos meses: UNA GRAN VICTORIA para Estados Unidos. ¡REBAJA LAS TASAS DE INTERÉS, JEROME, Y DEJA DE JUGAR A LA POLÍTICA!".
Washington espera recaudar hasta 700.000 millones de dólares al año, nueve veces el ingreso aduanero actual de EEUU y equivalente al 2,4 % del PIB. Estima que ese dinero provendrá de los exportadores de los otros países, y no de los consumidores estadounidenses, como si el arancel no terminara trasladándose a precios internos.
Para el trumpismo, EEUU debe utilizar su fuerza para negociar acuerdos comerciales bilaterales más favorables (especialmente con los países con los que tiene déficit comerciales abultados, como México o China) y en una guerra comercial los demás países tienen más para perder. Finalmente, esta política neo-mercantilista servirá para reindustrializar el país y crear empleo.
Sin embargo, el FMI estima que un aumento generalizado del 10% en los aranceles y sus adicionales, podría reducir el PIB de EEUU en un 1% y el mundial en 0,5%. A la vez, según Barclays, la UE afrontaría una contracción del 1,9% y, según Citigroup, China podría reducir su crecimiento en 2,4%. Oxford Economics prevé una pérdida de hasta 0,5% del PIB global para 2025 y 1% para 2026.
Dentro de EEUU, la corriente “liberal” reprocha a Trump y los suyos el error de creer que las importaciones reducen el PIB y cortándolas se reemplazan automáticamente por producción nacional. El déficit, en cambio, supone para la primera potencia mundial tener menos dinero y más bienes.
Según Paul Krugman, resulta bien si ese rojo se convierte en bienes de capital, como maquinaria, que a largo plazo contribuyan al crecimiento industrial y económico. En lugar de reducir importaciones, EEUU. debería centrarse en aumentar sus exportaciones para fortalecer su competitividad.
Sin sorpresas

En marzo pasado, para que nadie se declare ahora sorprendido, amén de la campaña electoral desplegada por Trump con los mismos argumentos, su administración había publicado un documento que ya planteaba, por ejemplo, que las leyes de EEUU estaban por encima de las normas de la OMC.
La política comercial, postuló ese documento, debe recurrir a todo recurso a la mano para abrir mercados y defenderse a la vez de lo que considera prácticas indebidas de terceros, incluyendo no sólo aranceles a bienes y servicios estadounidenses sino además a manipulación de monedas. Trump se lo tomó en serio, también con aliados como Reino Unido, con el que… ¡tiene superávit!
Ahora, como ha ocurrido con México y Canadá (exceptuados esta vez), puede esperarse que Trump use las medidas para negociar la entrada de productos estadounidenses a otros países, pero parece difícil que se aparte del espíritu mercantilista que ha guiado su cruzada arancelaria.
En Trump y su electorado no cabe la idea de que, en realidad, EEUU tiene déficit con el resto del mundo (más de 1,2 billones o trillions de dólares en 2024, de ello un 25% sólo con China o 295.400 millones debido a importaciones por 438.000 millones ) porque otros países producen mejor bienes que prefieren los propios estadounidenses, en lugar de burlar de algún modo al país.
Pero falta en el discurso oficial de la Administración Trump el hecho de que el comercio de servicios -turismo, educación y empresariales le da a EEUU un fuerte superávit con la mayoría de sus socios comerciales. La balanza comercial del país estaría mejor si tuviera más ahorro público y privado, y podría tener déficits con algunos países y superávits con otros, algo propio del comercio internacional.
La lógica neomercantilista de la Administración Trump considera que el déficit comercial es malo en sí mismo y que el déficit bilateral es consecuencia del proteccionismo y no de la especialización. No está en su encuadre que el déficit sea síntoma de falta de productividad, infraestructura y hasta nivel educativo.
El origen de la cruzada

Según el economista Gabriel Merino, hay cuatro razones que llevan a esta escalada, de Trump, y la primera es el debilitamiento industrial de EEUU, que a su vez es leído como un asunto de "seguridad nacional". Desde esa perspectiva, anota que China representa 31,8% del PBI industrial y EEUU sólo 17,4%.
EEUU también necesita recaudar dinero y achicar el déficit fiscal estructural (6,4% en 2024), que se financia con un endeudamiento público en cifras exorbitantes: 36,2 billones (trillions) sobre un PBI nominal de 29,2 billones, lo que también explica el gran déficit comercial de la potencia económica.
Merino estima que Washington apunta a establecer negociaciones bilaterales para imponer sus intereses frente a una contraparte más débil, en tanto posee el principal mercado nacional del planeta. “Por eso Trump dinamita los organismos multilaterales que el propio EEUU forjó bajo su hegemonía”, afirma.
Por fin, Washington genera así una devaluación del dólar que otorgue más competitividad a su economía, aunque eso choque con la necesidad de mantener el dominio global del dólar. A diferencia de las décadas de los 70 y los 80, hoy hay tendencias geopolíticas que apuntan hacia la desdolarización.
La consecuencia es que se quiebre el sistema de alianzas sobre las que se asentó la hegemonía estadounidense, que sólo retenga un influencia en las Américas o Hemisferio Occidental y, en cambio, aliente el acercamiento de China, Corea del Sur y Japón en Asia, mientras Europa observa y lo considera también, en el marco de un mundo unipolar.
1930 y 1971, los antecedentes

El presidente William McKinley (arriba), admirado por Trump, introdujo el "Arancel Dingley" (de 45% a bienes esenciales y hasta 57% a manufacturas) tan temprano como en 1897, convencido de que una economía fuerte dependía de la protección a las industrias locales frente a las importaciones.
La siguiente ofensiva proteccionista de EEUU se remonta en 1930, cuando una ley de aranceles, la Smoot-Hawley, impulsada por el senador Reed Smoot y el diputado Willis Hawley, que según todos los estudios posteriores sólo agudizó la Gran Depresión originada en el crack financiero de 1929, que se prolongó por una década, ocasionó una fuerte caída del PIB y dejó a miles sin trabajo.
La Ley Smoot-Hawley subió los aranceles a cientos de productos para proteger a granjeros y empresas estadounidenses. Los agricultores europeos se estaban recuperando de la I Guerra Mundial, bajaron los precios y complicaron a sus pares estadounidenses, en medio de un desempleo disparado. El impuesto -de 15% a 40%- llegó al petróleo, el azúcar, la ropa y hasta los huevos.
La decisión redujo importaciones y exportaciones de EEUU un 40% durante los dos años siguientes, mientras Canadá y Europa adoptaban represalias que hicieron colapsar bancos y poner a la economía global y su comercio en crisis. Para Paul Krugman, este sacudón arancelario de Trump es peor que el de 1930.
Con el agravante de que hoy la globalización y el cambio tecnológico crearon nuevas cadenas de suministro, que permiten a las multinacionales ubicar distintas partes del proceso productivo en distintos países para aprovechar las ventajas de costes, lo que supone que los bienes y servicios ya no se producen en un solo país.
Ya después de la II Guerra Mundial, en 1944, 44 países sentaron en Bretton Woods las bases de reconstrucción de la economía mundial de posguerra, que incluyó la creación del FMI y del Banco Mundial. Allí se decidió que las monedas extranjeras podrían convertirse a dólares a tasas fijas y que, a su vez, estaría garantizado que los billetes estadounidenses podrían convertirse en oro a US$35 por onza de oro.
Que tener dólares fuera tan bueno como tener oro impulsó el comercio, sobre todo en Europa y Japón, pero 25 años después estaban mejor que EEUU, donde la inflación se descontroló. El mundo atesoraba unos 50 mil millones de dólares, pero el país sólo tenía unos 10.000 millones y ya no podía sostener el patrón oro.

Entonces, en 1971, el presidente Richard Nixon, republicano como Trump, suspendió la convertibilidad del dólar con el oro, centro de un paquete más amplio que incluyó aranceles de 10% a todas las importaciones, así como controles temporales de precios y de salarios: fue el “Nixon shock". Como Trump ahora, dijo que sólo levantaría los aranceles cuando terminara el "trato injusto hacia el dólar".
Meses después, EEUU y sus aliados negociaron un cambio en el sistema monetario, y “todo el mundo libre ha ganado", proclamó Nixon, reelegido en 1972 (renunció en 1974 por el Watergate). Pero ese pacto -el dólar se devaluaba 8,5% frente al oro y las monedas aliadas se revaluaban ante la estadounidense, duró hasta 1973. Casi todos los países dejaron flotar sus divisas frente al dólar y todo Occidente entró en una etapa inestable de crisis e inflación.
Dos décadas después, cuando China había entrado decididamente en una fase de capitalismo de Estado, se creó en 1995 la Organización Mundial del Comercio (OMC), culminación de un primer fallido intento en 1948 y evolución del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT por sus siglas en inglés), firmado en 1948, único instrumento multilateral para el comercio hasta allí. Ahora se le añadían los servicios y patentes, que formaban parte de la nueva economía.
En los últimos años, el comercio internacional ha mostrado claros síntomas de desaceleración, por distintas razones, como la caída de la inversión, que reduce la demanda efectiva y con ella el comercio; el cambio del modelo productivo chino, menos orientado hacia las exportaciones que en el pasado; y cierta saturación en las cadenas de suministro globales.
Simultáneamente, las consecuencias de la globalización en términos de transformación del empleo tradicional generó ataques políticos al libre comercio, como reflejó el Brexit en el Reino Unido, la victoria de Trump o el auge de los partidos anti-establishment en la Europa, todos contra la apertura y la inmigración asociada con la pérdida de empleos locales.