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China: el ā€œSiglo de la Humillaciónā€

  • Foto del escritor: Embajada Abierta
    Embajada Abierta
  • hace 3 dĆ­as
  • 5 Min. de lectura

Como pasó el imperio chino, en apenas setenta aƱos, de la cĆŗspide de su poder al denominado ā€œSiglo de la Humillaciónā€


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Todo comenzó a fines del siglo XVII, cuando China rechazó el pedido de una flota mercante britÔnica para comerciar con cualquier ciudad costera del imperio mÔs allÔ de Macao, que en ese momento estaba bajo control portugués. En respuesta, la flota inglesa avanzó hasta la ciudad de Cantón, saqueando y sembrando el temor en la costa china.


El gobierno imperial cedió permitiendo el libre comercio en esa ciudad a partir de 1699. Los britÔnicos operarían a través de la Compañía de las Indias Orientales (CIO), con el monopolio del comercio. A los extranjeros se les restringía la movilidad a un único distrito especial y tenían prohibido aprender el idioma chino bajo pena de muerte.

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A partir de ese momento, el comercio del té prosperó hasta convertirse en el principal producto intercambiado entre Gran Bretaña y China. Para 1805, las importaciones britÔnicas de té alcanzaban los 24 millones de toneladas, y los impuestos aplicados representaban un 10% de los ingresos del gobierno britÔnico. En 1784, el Parlamento britÔnico dispuso que la CIO mantuviera una reserva estratégica de té suficiente para un año.


En aquellos años, la dinastía Qing atravesaba su momento de mayor esplendor y desarrollo. Intelectuales europeos como Voltaire y Adam Smith consideraban a China un ejemplo de sociedad racional y secular. La población crecía gracias al buen gobierno pero, el sistema tributario, que gravaba por hogar y no por individuo, no podía acompañar ese crecimiento. Esto derivó en una administración inadecuada para el tamaño de la población y un progresivo deterioro de la economía china.


En 1793, Lord George Macartney fue encomendado con establecer una embajada en Shanghai. Se le dio una flotilla y una gran cantidad de regalos exóticos para el emperador Qianlong, que llevaba sesenta años reinando. Tras un viaje de dos años, Macartney intentó presentar al rey de Inglaterra como un igual al soberano chino; esto condenó al fracaso la costosa y larga expedición.


Qianlong abdicó en 1796 y falleció en 1798, en un contexto de creciente corrupción imperial, ingresos fiscales en declive y una persistente rebelión liderada por una secta apocalĆ­ptica llamada Loto Blanco. Su sucesor, el emperador Jiaqing, impulsó una purga anticorrupción y luego concentró sus esfuerzos en sofocar con mayor eficacia la rebelión. Sin embargo, en 1805 emergió una poderosa confederación pirata, la ā€œFlota de la Bandera Rojaā€, que sembró el terror a lo largo de la costa. Dado que China no contaba con una armada propia efectiva, debió recurrir a sobornos e indultos para lograr la desmovilización de los piratas.


El imperio recuperó cierta estabilidad, aunque quedó visiblemente debilitado. Jiaqing decidió profundizar la lucha contra la corrupción y el déficit recortando el gasto militar, lo que mejoró las finanzas públicas pero debilitó aún mÔs a un ejército que necesitaba modernización.


En 1816, Londres envió un nuevo embajador. Esta vez, el contexto había cambiado: Gran Bretaña se sentía invencible tras derrotar a Napoleón, y China atravesaba una etapa de fragilidad interna. Los britÔnicos esperaban concesiones comerciales acordes con su creciente poder global. Pero el encuentro fracasó antes de comenzar: el embajador britÔnico se negó a postrarse ante el emperador, y los eunucos de la corte intentaron forzarlo. La misión concluyó en un fiasco. Jiaqing, con cortesía, solicitó al rey britÔnico que no volviera a enviar emisarios.


Para entonces, hacia 1820, el opio —hasta entonces un producto de lujo— comenzaba a entrar en China en grandes cantidades. La CIO lo vendĆ­a a contrabandistas que lo introducĆ­an en el paĆ­s. Para 1828, se habĆ­a convertido en el principal producto comercializado en Cantón, generando un inĆ©dito superĆ”vit comercial britĆ”nico. El nuevo emperador, Daoguang, inició una campaƱa moralizadora contra el consumo, sin mayor Ć©xito.


Los comerciantes britÔnicos resistieron las restricciones al comercio en Cantón denunciando que se lesionaba su honor nacional. Algunos reclamaban una solución por la fuerza. Sin embargo, la CÔmara de los Comunes se opuso, argumentando que el verdadero obstÔculo no era China, sino el monopolio de la CIO. En 1834, el Parlamento revocó su carta de privilegios comerciales. Ninguna de estas decisiones fue consultada con las autoridades chinas.


Para entonces, la economía china se encontraba en una fase de depresión y su sistema monetario se descontrolaba. La menor actividad implicaba menos impuestos recolectados y menos obras públicas. Los dirigentes chinos no comprendían la política económica moderna, por lo que culpaban de todo al comercio exterior ilegal. Para 1835 consideraron legalizar el opio pero la idea quedó en el limbo y fue abandonada en 1838. Entonces, en su lugar, se optó por una represión total, incluyendo ejecuciones de adictos.


La ā€œGuerra del Opioā€ estalló en 1839, cuando un funcionario chino confiscó y destruyó las reservas de opio en Cantón, interrumpiendo ademĆ”s el comercio legal. Los comerciantes britĆ”nicos protestaron enĆ©rgicamente en Londres, y se sumaron a ellos los traficantes ilegales. A pesar de estar ocupado en otros conflictos, el primer ministro britĆ”nico, Lord Palmerston, propuso responsabilizar a China por los daƱos y enviar una flota. El debate en el Parlamento britĆ”nico fue reƱido: la moción se aprobó por apenas 9 votos.


China no tenía posibilidad de resistir. Su armamento databa de mÔs de dos siglos atrÔs, su flota era casi inexistente y su ejército sufría una crónica falta de recursos. Gran Bretaña desplegó su primer acorazado, el Némesis, invulnerable a las armas chinas. Los comandantes del ejército imperial falseaban sus informes para no alarmar al emperador y la población temía mÔs a sus propias fuerzas que a los invasores extranjeros.


La Primera Guerra del Opio duró tres años. El emperador se negó a rendirse y los soldados britÔnicos comenzaron a cometer abusos contra la población civil. Con la llegada al poder de los Whigs en Londres, se optó por concluir la guerra mediante un aumento drÔstico del poder ofensivo.

Finalmente, el conflicto llegó a su fin cuando una escuadra britÔnica amenazó con destruir la ciudad de Nanjing, la capital alternativa china. El emperador capituló y firmó un tratado profundamente desigual: China cedió Hong Kong, abrió nuevos puertos al comercio britÔnico y, poco después, concedió la extraterritorialidad a ciudadanos britÔnicos. Otros países, como Estados Unidos, exigieron y obtuvieron condiciones similares.


Mientras en Londres aquella primera Guerra del Opio pronto fue olvidada, para el pueblo chino moderno representó el comienzo de muchas heridas. La guerra dio inició el llamado ā€œSiglo de la Humillaciónā€ en China durante el cual el paĆ­s fue repetidamente invadido, sometido a tratados desiguales y despojado de su soberanĆ­a por potencias extranjeras.


Entre 1850 y 1864, el imperio enfrentaría la devastadora rebelión Taiping. En ese contexto, Gran Bretaña encontró una excusa para lanzar una segunda Guerra del Opio, esta vez junto a Francia, en 1857. Las nuevas condiciones impuestas incluyeron la legalización del comercio de opio, la apertura de mÔs puertos y el libre trÔnsito de extranjeros en el territorio chino.  Vendría luego la guerra sino-japonesa, la rebelión de los Bóxers (1900) y la ocupación de Beijing por una coalición internacional. En 1912 cayó la dinastía Qing sumiendo al país en un prolongado período de inestabilidad.  En 1931 tendrÔ lugar la invasión japonesa.


1949 marcarĆ­a el fin del ā€œSiglo de la Humillaciónā€ con la fundación de la RepĆŗblica Popular China por Mao, quien proclamó que ā€œel pueblo chino se ha puesto de pieā€.


El ā€œSiglo de la Humillaciónā€ selló a fuego la identidad nacional moderna de China. Su memoria alimenta el deseo de que China recupere su lugar central en el mundo.

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