La situación límite creada por el calentamiento global ha impulsado nuevos enfoques al problema, entre ellos el estudio del “capital natural”, que pone en valor el aporte que presta la naturaleza al desarrollo económico mundial.
La posibilidad de traducir en estadísticas la riqueza natural del planeta ha abierto una puerta novedosa, y también discutida, para involucrar al poder económico en la lucha contra el calentamiento global y hacerle tomar conciencia del aporte que el ambiente hace al resultado final de los negocios en todo el planeta.
La noción de “capital natural” involucra la producción de bienes y servicios, como en la ciencia económica tradicional, pero en su caso de la Naturaleza. Así, se identifica reservas de capital natural (como un bosque) que permiten producir bienes (nuevos árboles) y servicios (la captura de carbono, el control de la erosión y el hábitat).
Esos bienes y servicios se han articulado con los que produce la actividad humana desde siempre, pero a partir de la Revolución Industrial la economía comenzó a demandar insumos naturales a gran escala, en coincidencia con una evolución geométrica de la población que ahora estresa al planeta al máximo.
Herramienta para decisiones
El Fondo Monetario Internacional (FMI) estudió recientemente el trabajo que hacen las ballenas acumulando a lo largo de su vida toneladas de carbono en sus cuerpos (hasta el equivalente a mil árboles), que eliminan cuando mueren en el fondo de los mares y secuestran para siempre de la atmósfera.
Los economistas del FMI estimaron el servicio natural de las ballenas -tomando el precio de mercado del CO2 más su aporte al turismo y a la pesca- en dos millones de dólares por ejemplar. Si se toma la población total de ballenas del mundo, la cuenta da aproximadamente un billón de dólares.
La economía del capital natural se despliega como una ciencia multidisciplinaria que traduce los servicios que las especies y los ecosistemas (pantanos, arrecifes de coral, bosques) proporcionan en estadísticas duras, desde dólares o euros a la unidad en que se comercia en el mercado de CO2: libra de carbono (carbon pound).
Este enfoque mide, además de sus valores de capital -especies, bosques o humedales- los servicios que generan los ecosistemas que forman, desde la producción natural de alimentos hasta el almacenamiento de agua, la polinización, la eliminación de toxinas del aire y las posibilidades del suelo.
El término “capital natural” fue creado en 1973 por el economista alemán Ernst F. Schumacher y con el tiempo ha servido a los movimientos ecologistas para que líderes políticos y empresariales se decidan a invertir en la protección del ambiente.
Para 1995, se estimó el valor mundial de los servicios de los ecosistemas en 33 billones de dólares anuales, En 2007 pasó a 46 billones y a 140 billones en 2014 (este último, cálculo del economista australiano Robert Constanza).
En 2017, según las Naciones Unidas (ONU), más de 50 países -la mayor parte de Europa y América del Sur, aunque no Estados Unidos- ya incluían habitualmente la economía del capital natural en sus decisiones de política ambiental.
Este enfoque tiene su contabilidad: se calcula el stock de capital natural en un ecosistema o región determinados, un proceso que puede servir en la toma de decisiones de gobiernos, empresas y consumidores, en términos sostenibles.
Tanto el Sistema de Contabilidad Ambiental y Económica (SEEA) de la ONU como la Contabilidad de Riqueza y Valuación de los Servicios de Ecosistemas (WAVES) del Banco Mundial promueven un desarrollo sostenible que incorpore los recursos naturales a la planificación del desarrollo y a las cuentas nacionales.
El economista Pavan Sukhdev, reciente ganador del Premio Tyler (el “Nobel del medio ambiente”) y presidente del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), fue el autor principal de un informe de la ONU que en 2008 estimó que se perdían hasta cuatro billones de dólares en capital natural cada año debido a la deforestación, la contaminación de los océanos y otras actividades.
Revolución con objetores
Expertos reconocidos como Heather Tallis (Nature Conservancy) consideran al capital natural "un concepto realmente revolucionario", en la medida en que “cambia el pensamiento sobre la conservación de algo que está fuera de nuestra economía a algo que es el núcleo de nuestra economía".
Los cálculos de la economía del capital natural pueden permitir además a las empresas y corporaciones a medir en cuánto el cambio climático, la contaminación y otros impactos ambientales podrían afectar a sus resultados.
En 2018, el gobierno y las empresas turísticas mexicanas lanzaron un plan conjunto de seguros para los arrecifes de coral, un valor que atrae a los turistas pero también protege playas, hoteles, carreteras y otras infraestructuras si hay marejada.
En otros casos, la economía del capital natural inspira iniciativas de conservación de parte de empresas y organismos que dependen del agua potable y constante para operar, como en Nueva York las empresas eléctricas, las cerveceras y la propia ciudad.
Larry Fink, CEO del mayor administrador de activos del mundo, el fondo BlackRock, afirma que "la evidencia sobre el riesgo climático está obligando a los inversores a reevaluar los supuestos básicos sobre las finanzas modernas".
Sin embargo, el concepto de “capital natural” tiene sus objetores, científicos e incluso ecologistas según los cuales es un reduccionismo intelectual. Para ellos, ponerle precio a una especie o a un ecosistema relativiza el valor intrínseco de la Naturaleza, y pone en riesgo a sus partes de escaso valor económico o de riesgo para las personas y la economía (por ejemplo, la invasión de langostas del desierto que está provocando una emergencia alimentaria en África Oriental desde 2019).
Uno de sus grandes críticos, el escritor y ambientalista británico George Monbiot, advierte no sólo sobre la imposibilidad de mensurar el valor de la naturaleza, sino también sobre las intenciones últimas de los impulsores de este enfoque.
“Esto no es para proteger el mundo natural de las depredaciones de la economía. Es aprovechar el mundo natural para el crecimiento económico que lo ha estado destruyendo. Todas lo que ha sido tan dañino para el planeta vivo se nos ofrece ahora como su salvación; mercantilización, crecimiento económico, financiarización. Ahora, se nos dice, estos procesos devastadores lo protegerán”, sostiene Monbiot.
Los expertos en “capital natural” procuran ahora complementar el cálculo en dólares con otras métricas más sensibles: el número de vidas humanas salvadas por el aire y el agua limpios, o las proyecciones de cómo el rendimiento de los cultivos podría verse afectado por la contaminación y el cambio climático.
Ese camino permitiría avanzar hacia la conversión de la mera estadística económica o financiera, cuestionada por Monbiot y todos aquellos quienes creen que “la Naturaleza no tiene precio”, en políticas públicas que hagan compatible el desarrollo económico del planeta con su conservación.