El Grupo de los 20 principales países industrializados y emergentes(G20) expresa dos tercios de la población mundial, el 80% del comercio global y el 85% del producto bruto planetario. Desde sus inicios, se ha dado una agenda cambiante con variaciones que siguieron el ritmo impuesto por las grandes potencias. Este año no será muy distinto en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, convocada en Hamburgo, Alemania, para el mes de julio.
Sin embargo, el bloque latinoamericano (México, Brasil y Argentina) tiene ante sí una gran oportunidad para superar la histórica desventaja adicional que exhibió hasta ahora en los debates del G20 al no haber logrado definir una agenda regional común para incorporar sus prioridades a la agenda global.
En Hamburgo, volverán a estar sobre la mesa los asuntos recurrentes de la última década: cómo sacar a la economía global del letargo en el que entró desde 2008 y cómo hacerlo manteniendo a los mercados financieros bajo control.
Una década después de iniciada la crisis se suma una novedad inesperada e inquietante: la agresiva amenaza aislacionista y proteccionista planteada desde la principal economía planetaria, bajo la presidencia de Donald Trump.
El primer país en sentir el impacto político, económico y diplomático de tal giro ha sido uno de los tres latinoamericanos del G20, México. La militarización de las deportaciones de inmigrantes mexicanos sólo es una muestra de cuánto pueden empeorar las cosas. Pero allí donde hay una crisis, también espera una oportunidad: en este caso, el redescubrimiento de un destino mas latinoamericano para México.
En 1999 nace el primer G20 como una ampliación de hecho del Grupo de los 7 (G7, luego G8 sumando a Rusia). La globalización ya estaba en marcha hacía rato, pero el Centro tomaba nota de que la Periferia no sólo podía resultar el escenario lejano de las fallas del sistema sino que podía, también, extender los peores síntomas y afectar al resto sin distinción ni piedad. Los problemas, como los negocios sin regular y las ganancias rápidas, eran globales.
América latina fue convocada a través de sus tres principales economías emergentes de entonces y todavía hoy. México, Brasil y Argentina atravesaron ellos mismos algunas de las peores crisis, a veces conectadas, por lo cual incorporar sus experiencias resultó para el G20 tan valioso como encolumnar a estos países detrás de las soluciones propuestas por el Norte. Esas mismas crisis dificultaron la coordinación de las agendas particulares impidiendo una más amplia visión regional. Mientras México se concentró en resolver los problemas que derivaban de su condición de vecino y socio de Estados Unidos en el NAFTA, Argentina y Brasil avanzaron en una coordinación inédita en el marco del MERCOSUR pero, a su vez, lejos de los problemas del área del Pacífico y con una agenda subregional que dio frutos parciales en el G20.
A partir del estallido de la crisis financiera, Brasil y Argentina alzaron su voz en el foro en favor de regulaciones financieras básicas, de políticas públicas de inclusión frente a la virulenta desigualdad que se dibujaba en muchos países, incluso en las grandes potencias, y la necesidad de que el Norte comprendiera que el comercio bajo reglas justas era una solución, y no una amenaza. El empleo y la comercialización de materias primas formaron parte de un primer núcleo de agenda latinoamericana, aunque todavía incipiente.
América Latina debe superar de una vez la desarticulación que arrastra en el escenario del G20. La “amenaza Trump” puede disparar una oportunidad permitiendo a México recalibrar sus cuestiones comerciales, financieras y políticas. Argentina y Brasil deberán, a su vez, prepararse para ampliar y enriquecer su estrategia regional dentro del G20.
El cuidado de los recursos naturales y la justa comercialización de las materias primas; la promoción de recursos humanos y empleo de calidad; la inversión en vivienda, educación y salud, el respeto irrestricto del derecho a migrar. Esos y otros pueden ser los elementos de una agenda compartida. Pero para ello primero deberán reconocerse entre sí, sentarse a una mesa y ponerse de acuerdo seriamente sobre cómo, cuándo y dónde empujar en el G20. De lo contrario, el motor y la dirección seguirán en otras manos, y seguiremos como furgón de cola del tren de la historia global contemporánea.