La condición de Argentina, y por extensión de América Latina, de anfitriona y organizadora de la cumbre del G20 en 2018 ha dinamizado naturalmente los contactos, las acciones y los debates diplomáticos en la región sobre cómo sacar el mejor provecho en favor de nuestros países ante una oportunidad única, en un mundo que ha dejado atrás un viejo orden global sin darse todavía uno nuevo.
El G20, creado en 1999 a nivel de ministros de Finanzas pero elevado a cumbre de gobernantes desde la crisis de 2008, ha merecido cuestionamientos por sus restricciones formales de participación, limitada a sus veinte países, aun cuando la suma de todos sus miembros representa gran parte de la economía y del comercio del planeta.
Pero en la actual coyuntura internacional, tan incierta e inestable, el G20 puede resultar definitivamente una instancia de mayor democratización global y, por eso mismo, corresponde considerar a los actores menos articulados de esa mesa de negociaciones, a los países emergentes en general y, en nuestro caso, a todos los latinoamericanos.
Esta posibilidad, rumbo a las cumbres del grupo de Hamburgo 2017 y Buenos Aires 2018, quedó patente durante el reciente seminario “Hacia una agenda latinoamericana en el G20”, organizado por las fundaciones Embajada Abierta y Konrad Adenauer, con la participación entre otros de los sherpas de Argentina, México y Brasil, y de la canciller argentina, Susana Malcorra.
Todos coincidimos allí en que urge aunar esfuerzos en América Latina para lograr una agenda que contemple los intereses de la región. Al fin y al cabo, son intereses los que se dirimen en la mesa del G20.
Detentar la presidencia de la Cumbre 2018 potencia los nuestros, pero para hacerlos valer, tenemos que ponernos de acuerdo antes sobre cuáles son y cómo los vamos a defender.
Para empezar, América Latina no es una sola: son muchas, con países con sus modelos políticos, ideológicos y de desarrollo diferenciados. Coincidimos con Malcorra en que eso debe ser respetado: “El planteo de liderazgos hegemónicos, en cualquier modelo en que se esté pensando, es malo. Tenemos que reconocer esa diversidad en la región y encontrar espacios en común desde la diversidad y desde el respeto a la diversidad”.
Es cierto también que falta definir todavía esa agenda latinoamericana para el G20, pero como puntualizó el sherpa de México para el G20, Carlos de Icaza, ya existen asuntos en común, y son debatidos en diversas instancias, sólo que estos tiempos de incertidumbre global obligan más que nunca a fijar, de una vez por todas, el núcleo duro de esa lista.
EL COMERCIO, ASUNTO CLAVE
Los tres países latinoamericanos del G20 deben multiplicar los esfuerzos de entendimiento que están haciendo durante los últimos tiempos, en especial cuando uno de ellos, México, enfrenta una inédita situación de conflicto planteada por Estados Unidos, cuyo “America First” pone en entredicho el viejo paradigma de relaciones multilaterales nacido en la posguerra hace siete décadas.
Más aún, resulta inesquivable en la actual situación internacional que esa agenda común rompa el círculo de esos tres países y resulte producto de un consenso de toda la región. Como se insistió en el seminario, América Latina necesita acuerdos no sólo para fortalecer su voz y su presencia en el G20, sino porque construir otra gobernanza global implicará, antes, definir y asegurar las bases una nueva gobernanza regional. “El desafío es cómo construir un crecimiento mas inclusivo y que la globalización nos beneficie a todos”, expresó la Sherpa argentina, Beatriz Nofal.
La última estación en ese largo recorrido es convertirse en vehículo de representación de los países en desarrollo con una visión pragmática y a la vez constructiva que permitan una evolución positiva de las distintas agendas en pugna.
Puntualmente, como resaltó el sherpa de Brasil, Carlos Marcio Conzendey, la agricultura puede ser uno de los temas en donde los intereses de la región y la realidad internacional que se ha impuesto en las deliberaciones de las últimas cumbres del G20 confluyan en un asunto de verdadero impacto global.
El comercio es un tema sistémico, de los varios que se han abierto a discusión en este orden mundial en transición, y los aires proteccionistas que empezaron a soplar lo han vuelto aún más sensible. El G20 es el espacio del que debería surgir un nuevo paradigma de comercio multilateral que, sin dudas, habrá de condicionar el futuro de América Latina.
Para algunos, el G20 se puede reducir a un juego en el que los hacedores de las reglas (rule makers) las imponen sin remedio a la mayoría, los que las siguen (rule takers). La cumbre de 2018 en Buenos Aires y, por lo tanto, el hecho político y diplomático de que una nación latinoamericana integre por tres años (2017-2019) la “troika” del G20, nos da la oportunidad de neutralizar definitivamente aquella brecha.
América Latina debe ser parte desde ahora del proceso de establecimiento de reglas que nos involucren a todos en el Siglo XXI. En estas próximas cumbres, su desafío será el de articular una agenda regional y compartida con el mundo de los emergentes. Es hora de empezar.